Un guaso en Nueva York



Quélevaser, cuando se te da, se te da. Qué iba a saber yo que comprando el celular podía ganarme un viaje a nuevaior. A mí lo único que me importaba es que me lo daban en seis meses, sin garantía ¿de dónde iba a sacar? Y que tenía cámara de foto. ¿Viste cómo es la Negra, con tal de echar moco compra cualquier boludé. Ya había sudado la gota gorda para comprarle el plasma a la bruja, no te voy a negar que me gusta, los peliculones que nos hemos visto con la Negra. Bueno, pero la cámara me sirvió, si no cómo me creerían ustedes que estuve quince días con los yanquis, aitán las fotos que no me dejan mentir. La cuestión es que a los pocos días de tener el celular, me entra un mensaje grabado. Una voz de mujer me dice: Carlos, deberá presentarse a la brevedad en el comercio donde adquirió su celular. Tenga usted buenos días. De memoria me lo aprendí, de tanto escucharlo. Cagamos, Negra, le dije, estos se avivaron que no tengo un mango y me quedé sin laburo y seguro nos quitan el celular. Y ella dale con eso de la intuición femenina. No, Chiña, no, me decía, debe ser por algo importante. Yo te acompaño. Al rato estábamos allá. Cuando entramos, el que me vendió el celular se me vino corriendo y me chantó un abrazo que casi me rompe los huesos. Te ganaste un viaje a Nueva York, gritaba, es como sacarse la lotería. Los otros empleados empezaron a aplaudirme y yo no entendía un pedo. La Negra se daba aires de importante. Hasta que vino el gerente, me estrechó la mano y me dijo felicitaciones, Carlos, ahora hay que preparar las valijas porque el viaje es el martes próximo y hay que hacer toda la papelería. ¿Tiene documentos, no? ¿Documentos? ahí saque el carnet del suteryh, el carné de la liga de veteranos de fulbo, el carné vencido de la moto. El guaso me miró con lástima. Me refiero al pasaporte, dijo, No se preocupe, la empresa se encargará de sacárselo. ¿Tiene su DNI? Menos mal que la Negra es ordenada. Peló de su bolso la libreta. Acá está, le dijo. Bueno el viernes nos encontramos en la Policía Federal donde tiene que firmar los papeles. Ya no me gustó, yo con la cana no quiero saber nada, mientras más lejos, mejor. Se ve que el tipo se dio cuenta de mi calentura y me dijo, no se preocupe, estamos en democracia. La Negra me pegó un codazo y me quedé piola. Yo antecedentes no tengo, pobre pero honrado decía mi viejo.

Nos volvimos a casa. Estaba mi hija mayor, la Raquel. Cuando le contamos esta tarada se puso a saltar, gritaba como loca, me abrazaba, lloraba. Papá, papá, vos te lo merecés. Ta bien, ta bien, trataba de calmarla, pero dónde carajo queda nuevayor. Para mí era chino básico, lo único que sabía de estados unidos era una calle en Banda Norte donde hice con el manco Rogelio una vereda. Ahí mi hija se quedó pálida, después roja, se tranquilizó. La Raquel terminó el secundario, así que fue hasta su pieza, trajo un libro grande y me mostró un mapa. Recién ahí caí en la cuenta del quilombo en que me había metido culpa del celular. Tené que irme hasta Buenos Aires y después en avión. Ahí me cagué todo. Pero entre la Negra y la Raquel me convencieron. La Raquel ahí nomás llamó a la empresa y preguntó por los gastos de viaje, por la comida y el hotel. Todo pago, le dijeron, tiene que llevar la plata para los puchos, los vicios y los regalitos que quiera traer a su familia. Y que tenía una excursión por los lugares más famosos de la ciudad. La Negra se puso furiosa. Que tuviera cuidado con llevar alguna puta al hotel y menos si fuera negra, que apenas oscureciera me metiera en cama, que tuviera el celular siempre encendido para llamarme a cada rato. Bueno, se las hago corta, el viernes tenía el pasaporte y el martes estaba volando rumbo a nuevayor. El novio de mi hija sabía el idioma de los yanquis así que me enseñó algunas palabras ¡pa lo que me sirvieron! Entre la familia, los amigos y los vecinos juntamos 800 mangos, un platal. El domingo hicimos un chancho móvil en el barrio y juntamos 300 mangos más. El lunes en el club me hicieron la despedida. A esa altura yo me creía el tipo más importante del barrio. Andá al Central Park, andá ver las ruinas de las Torres Gemelas, andá a la Estatua de la Libertad, pegate una escapadita hasta Las Vegas, andá a conocer el Madison scuar garden. A todos les decía que sí y que me acordaría de ellos.

En la Terminal había como cien personas despidiéndome. Un cartel de la Vecinal, del gremio de los porteros, los muchachos de la liga de veteranos de fulbo. Se me cayeron las medias. Pero la verdad, estaba como borracho. Yo me había creído un héroe. Tanto me alabaron, me felicitaron. Me alentaron que pa que te voy a decir. Me había agrandado y cuando uno se agranda, no ve nada más que a uno mismo.

Cuando me subí al colectivo a la Negra le agarró el ataque. Se puso a llorar como loca, quería subirse. Yo también voy, gritaba. Entre varios tuvieron que sujetarla. Y los locos cantaban: “Que lo tiró, que lo tiró, el Chiña López se nos va pa Nuevayor” “Chiña, corazón, Chiña corazón”. Qué queré que te diga. El bobo me galopaba. La Negra me había comprado un pantalón y una camisa y mi compadre me regaló unos zapatos nuevitos que no usaba.

Cuando el bondi salió y agarró la ocho me empezaron a temblar las patas. Era la primera vez que iba a Buenosaire. Miento, habíamos ido con el gremio cuando volvió Perón. Pero yo era un pendejo. Una prima que hacía como veinte años que no la veía me estaba esperando en la Terminal. Me llevaron a su casa y a la noche me llevaron al aeropuerto. Para qué te voy a contar el julepe que tenía. Decí vos que la Graciela me acompañó casi hasta la entrada del avión.

Un minón me recibió con una sonrisa de la tele, le di el boleto y me ubicó en mi asiento. Cuando el chabón del piloto dijo por altoparlantes ajustarse el cinturón, ahí, te juro, yo que en la puta vida pisé una iglesia, me persiné y le dije, diosito querido, salvame de ésta. Y empezó a moverse el boin, andaba como a mil. Yo cerré los ojos y cuando quise acordar andaba por las nubes. Qué lindo, se veían como un juguetito las casas. Al rato, la ñorsa de azul me trajo la comida. Y después ofreció bebidas ¿Sabé lo que me tomé? Un guiski, como los yanquis de las películas. Me dio un poco de asco, pero tenía que disimular. Me daba unas ganas de pedirle un ferne con coca, pero no había entrado en confianza, a pesar que la mina se me lanzaba con la sonrisa. Cuando pusieron una película me pedí otro guiski, le estaba tomando el gusto. Viste que yo soy medio superticioso. Me había tocado el asiento 48, el muerto que parla, así que de prepo me cambié a uno más atrás. La mina me sonrió, así que chocho. Y la verdad que tuve suerte. Del otro lado venía una mujer con dos personas mayores. Después supe que eran sus padres. Yo a esta la conozco, me dije. Con el tercer guiski la encaré. Perdón señora ¿usted no es de Río Cuarto? La tipa me miró de arriba abajo y me dijo sí y siguió mirando la película. Yo me quedé pensando de dónde carajo la conocía, hasta que me acordé. La había visto en el diario y en la tele, era una jueza o algo así. Se ve que la señora de dio cuenta que había estado muy seca conmigo, porque al rato me preguntó si yo también iba a nuevayor. Sí, le contesté, haciéndome el importante. Mirá si le iba a contar lo del celular, así de una. Menos mal que hará calor allá, dijo, estoy cansada de tanto frío, hablaba como para ella. Y yo no supe qué decirle. Después me dormí, vino el desayuno, paró un par de veces hasta que llegamos a Nuevayor. Decí vos que tenía todas las instrucciones de la agencia. Pero por las dudas, le confesé a la doctora: mire, es la primera vez que vengo y no tengo ni idea. Se ve que se apiadó de mí, a ver, muéstreme los papeles de viaje. Los leyó y dijo no se haga problemas, estamos en el mismo charter, usted venga cerca de nosotros porque nos hospedaremos en el mismo hotel. La verdad, yo no creía en los ángeles de la guardia, pero, como dice el tango, aquel día aflojé. No le perdía pisadas a la doctora, sabía hablar inglés, así que estaba como en su casa. Yo no entendía ni jota. Cuando el bondi nos llevaba a todo el charter al hotel serían las seis de la tarde. No podía creer lo que estaba viendo. Eran cosas de otro mundo. Los edificios, los rascacielos, los autazos , los letreros y sin embargo me parecía conocido. Nada que ver con el imperio. La doctora tenía una sonrisa de oreja a oreja. Yo, para no ser menos, también me reía. Se ve que estaba tan emocionada que me apretó el brazo y decía: niuyor, niuyor. A todo esto yo no tenía idea de mi valija ni del bolsito que la Negra me compró a los apurones en el bulevar. Le pregunté. Viene todo el equipaje junto. Te das cuenta cómo era un ángel de la guardia.

Y llegamos al hotel. Mamita querida. ¡Qué lujo! En mi puta vida había pisado una cosa así. Un botón me llevó hasta mi pieza, bueno, era un departamento con televisión, computadora, teléfono, equipo de música, un bar, una heladera repleta de boludeces, diarios yanquis y argentinos y un sillón para un presidente. Al ratito nomás golpean la puerta y dos minones, una negra y otra gringa, me traen la valijita y el bolso. Yo creo que se cagaban de risa. Qué se yo qué me dijeron. Yo les respondí, gracias, chicas. La rubia me preguntó ¿argentino? Como si hablara en alemán. Sí, ies, le contesté, de Río Cuarto. Se rieron entre ellas y me cerraron la puerta. ¿Y ahora, cómo sigue esta milonga?, me dije. A mí lo único que me preocupaba era conocer el Madison scuar garden. Quería ver dónde había peleado Bonavena, el loco Clai, el maitaison, el Carlitos Monzón. Pelé el listadito de palabras que me había escrito mi yerno y me puse a practicar: tenquiu, oquei, ofcors, gudnai, aiamargentain, fourriver, biutiful, cigaret, guain. Eran como cien palabras. Eso es lo básico para que te manejés, me dijo el tarambana. Después de todo, no estaba en China, si los yanquis nos han estrado hasta en la cocina. En una mesita al lado del sillón estaba la carpeta salvadora. Escrita en inglés y en español estaban las instrucciones del hotel. A las 21 era la cena. Faltaba como media hora, así que me puse a leer la carpetita. Todo muy lindo, todo muy lindo, pero me cobraban hasta los pedos que me tirara adentro de la pieza. Por prender el televisor, por usar el champú, por comerme un sanguchito de la heladera, por tomarme un café. Qué guachos. Eso era consumo particular, no estaba incluido en el boleto. Imaginate, cuando cambié toda la guita que había juntado me dieron 350 dólares. Podía gastar 20 dólares por día. Por una hora de televisión $5, un café $3, un sanguche $7, una coca $ 5 y pará de contar. Así que tenía que ciudarme de hasta mearme en la cama. Ahí nomás, el llamado que le hice a la Negra me salió $ 12. No la cortaba más ésta, que con quién estaba, si me había bañado, que me pusiera talco en los zapatos, que me extrañaba. Así que el primer día ya cagaron el sanguche y la coca. Y te lo cobraban día a día. Vos tenés que dejar la plata en una bandeja. Un día me hice el piola y me tomé una coca y no puse ni minga. Al otro día, después de la limpieza, había un papelito escrito en español; debe $ 5.

Estaba en el piso 14, arriba del doce. Los turros no tienen piso trece, pero después del 12 está el 13. así que yo estaba en el piso yeta. El ascensor era una cosa de locos. Mirá que yo entiendo de ascensores, toda la vida me he criado entre ellos, metiéndoles mano, pero a éste no había por donde darle. Se me hacían las nueve. Así que abrí la valija, entre las ropas estaba lo principal: una botella de medio de ferné. Cuando me animé a salir sólo a la calle, me avivé. Compraba la coca en un kiosco, me salía dos peso y la mantenía fría en la heladera. Eso no me lo pudieron cobrar. Y les lavaba la copa, por las dudas. Si yo no me tomo un ferné con coca, no me duermo. Saqué el lompa planchadito, la camisa nueva, le puse talco a los timbos, me pegué una ducha, me afeité y me fui pal comedor, que estaba en el piso 40. Fui el primero en llegar. Me sentí un boludo, así que, haciéndome el canchero, me acerqué a un ventanal, lo abrí y me encontré con una terraza desde donde se veía la ciudad. Biútiful, dije. Encendí un cigaret y me acorde de las palabras de Raquel :Vos te lo merecés, papá. Los ojos están para ver y yo veía sin poder creer lo que veía. Ya con eso me podía morir tranquilo. Se ve que me quedé nocaut, porque cuando me di cuenta el comedor estaba lleno de gente. Entré, busqué una mesita de la orilla y me senté. Ahí cerquita estaba la doctora con sus papás. Me hizo señas para que me acercara. Me levanté y le agradecí la invitación a que me sentara con ellos. Otro día, les dije y me volví a mi mesa. La comida, ni fú ni fá. El vino, una porquería. Vi que los que se iban dejaban unos verdes de propina, pero yo me hice el sota y me fui cantando bajito. Me preparé un fernecito y a dormir. Eso no era una cama. Era un colchón de nubes, flotaba, ni un chirrido. Lamenté que no estuviera la Negra. De goma lo hubiéramos hecho. Y me dormí. A las nueve salía la primera excursión, después del desayuno.

En el primer paseo nos llevaron directamente a la estatua de la libertad. El guía empezó a chamuyar en español. Estamos en la Gran Manzana, decía. El cielo no se veía. Eran rascacielos y rascacielos, iluminados, como espejos grandes. Y el quilombo de vehículos, millones de taxis amarillos y unos autazos que se parecían a los camiones de Juncadela. Estos cosos gastan luz a troche y moche. A mí me parecía que ya había estado en esa ciudad. Después me di cuenta cuando el guía iba diciendo: aquí es donde se filmó la película tal, acá tal otra, ésta es la quinta avenida. La verdad es como si anduviera adentro de una película. Este es el museo de la pindonga, aquel que se ve es el empire no sé cuanto, tiene 150 pisos. Se puede ir pero había que pagar una fortuna para ver la ciudad desde más arriba. Yo me había hecho medio amigote del guía, un muchacho que hablaba como nosotros pero con otra tonada, como las novelas mejicanas. Le dije: macho, yo quiero ir al madison. No, me dijo, no está en el circuito turístico. Se va a tener que ir por sus propios medios. Pero si le gusta el deporte, mañana vamos a ir a un estadio de pelota. Bueno, me dije, en una de esas lo veo al barros escheloto. ¡Qué embole! Una pelotita, el palo, los guasos corriendo como una vuelta manzana, viste cuando vos le tirás al choco. Y la gente se volvía loca.

Cuando al otro día la doctora me soltó la mano, se me vino la noche.

Pero ya está el asado, después con el ferné les sigo contando. Háganme acordar del barrio de los negros y de los chinos, del puente de bruklin, pobrecito nuestro puente carretero, y de cómo este servidor dejó una marca en la historia de nuevayor.




Enlace a la Bitácora de Benra Torre: https://rubenpadulablog.blogspot.com/

Comentarios