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Anotaciones sueltas de febrero del 17
Dejemos que los sueños
retocen y digan y se contradigan, que abran historias y muestren
caras que ya no están y otras que nunca estuvieron o podrían
algunas aparecer y a uno le parecerán que son caras conocidas, una
especie de deja vu del que tanto se habla ahora que la humanidad
necesita aferrarse a cosas espirituales porque lo material les ha
llenado hasta los placares, los ha provocado a tener y tener
remitiéndonos a los orígenes de la humanidad que debía pasar los
largos inviernos, o las frecuentes sequías, las emigraciones de los
animales y el devenir que requerirá más y más y hay que tener en
las alacenas. De ahí nacieron las alacenas, los depósitos, los
sótanos, los lugares donde el hombre acumula, hasta llegar a la
última adquisición de la tecnología de punta, los silos bolsas
donde se acapara la riqueza de la tierra, se acapara en gusanos
blancos herméticos y seguros, por los días de los días, por el
tiempo necesario para que su precio aumente, o porque se requiere su
contenido para un seguir puchereando de sus dueños. La tenencia de
esas cosas tiene que ver con la tenencia de la tierra, con la
propiedad de los medios de producción y de consumo, con la esencia
de un sistema que prioriza eso, tener. Y yo quiero tener mis sueños
encadenados, los quiero escritos no volátiles, qué se han creído y
si soy yo y mi diario andar el que los provoca. No sé si fue una
risa graciosa o burlona. No sé si fue un silencio piadoso o
vergonzoso. No sé qué me quisieron decir, no me van a hacer creer
que soy producto de ustedes, que es al revés, que la vida es un
sueño y que los sueños no lo son, que soy producto de un gran dios,
el soñador que hace y deshace a su antojo, que somos marionetas de
esa entidad que es capaz un día de decirnos hasta acá llegaste,
pibe, baybay, me voy con la música a otra parte, y vos te quedás
acurrucadito en un rincón de la esquina, con un tarrito en la mano y
un cartelito pidiendo un poco de luz ante tamaña oscuridad. ¿Y
ahora? ¿Qué me decís? Tal vez seas capaz de decirme que eso ya
estaba previsto, que vos me lo dictaste, que me hiciste creer que soy
yo el autor de ese acierto, y me dejás pavonearme, contarlo como
hazaña, despegarme del común de los mortales y ponerme en un
peldaño superior, aunque sea con ese triunfito de acertar un número
de lotería. Es como adivinar la aguja en el pajal. Y uno se ufana o
se sorprende, y sí, hasta es capaz de crear un ente superior que le
dicta las cosas, y con eso nos escudamos de nuestras traiciones,
venganzas, maldades y agachadas. No somos nosotros quienes decidimos,
apenas somos las sombras de una realidad que transcurre a espaldas de
nosotros, que lo vemos y nada podemos hacer para cambiarlo, no
siquiera podemos cerrar la puerta porque estamos encadenados, solo
podemos mover los labios, hablar de lo que vemos, intuir lo que puede
ser y guay con querer girar la cabeza, porque la esposa de Lot ya fue
convertida en estatua y a nosotros la verdad nos enceguecerá, y solo
un ciego podrá hablar de lo que no ve y por lo tanto nadie le creerá
a un ciego, de dónde lo sacás si vos ves menos que el orificio del
orto.
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