Compartir el silencio



Ya sé que no podés ver lo linda que está quedando. Hubo momentos en que las fuerzas parecían inútiles. La casa se caía a pedazos. En sus grietas entraban insectos depredadores, demolían el corazón de las paredes, hurgaban hasta los cimientos. Muchos la abandonaron a su suerte.
Me acordaba de vos, Sergio, y venía a mirarte y no podía sostener tu mirada en esa foto en la que estás como sonriéndole a la vida.
Ahora vos seguís sonriendo, nunca dejaste de sonreír, como si estuvieras seguro de que la casa vendría linda. Si fuera yo el que estuviese en esa foto, seguro que estaría como vos, cagándome de risa. Y vos me mirarías como preguntándome de qué teníamos que reírnos. Pero las cosas fueron como fueron y sos vos el de la foto y te llevo como un pullover suave sobre la camisa en una noche de primavera.
Cuando me encuentro con los nuestros -­-ahora que podemos encontrarnos-­- hablo de vos y de lo contento que estarías si pudieras ver cómo se construye la casa.
Al mirarme en el espejo, a veces me veo sonriendo como vos. A veces, no te rías, a veces. Aunque tengo la sensación de que últimamente me estoy pareciendo a vos; digo, a tu foto, como que me has contagiado tu expresión. No hace falta que te mire todos los días. Sabés que soy poco afecto a las misas diarias. Ni siquiera me lavo los dientes todas las noches antes de acostarme.
A tu sonrisa la conozco de memoria. Se me ha hecho memoria encendida.
Y es ese hijo que tenés en upa uno de los que ponen sus brazos para levantar la casa.
No importa si ya no estaré para darle el último toque de pintura, ya sabemos que las utopías son las manos que nos empujan hacia adelante. Pero cuando la imagino terminada -­-porque así será alguna vez-­-, se me aparece esa foto con tu hijo dibujada en un gran mural, como los que se ven en las ciudades de imprescindibles gentes.
Y me siento a admirarte; me pasás una mano sobre el hombro y compartimos el silencio.





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