De las turecas y los bunoles se ha dicho que son tal para cual. Que su unión, cuando se unen, es para toda la vida. Sin embargo, algunas turecas no soportan tanta asfixia y se van soltando lentamente hasta que un terremoto da cuenta de su ausencia. Pero ya es demasiado tarde. A veces tienen que dormir en camas tan separadas que él no se percata de las escapadas de las turecas que se revuelcan, ruedan, hasta que una mano autoritaria la retorna al lecho conyugal. La infidelidad queda al descubierto, aunque los bunoles la perdonan una y otra vez y las dejan hacer, como la primera vez.
Las turecas tienen su personalidad. Dicen que son todas unas cabezas huecas y eso es hablar mal de ellas. Es cierto que algunas llevan mariposas en la cabeza. Otras se lucen con un gorro plateado; a ésas no les gusta indagar tan en el fondo.
Los bunoles, en cambio, no son capaces de sostenerse en soledad por lo que hay que procurarles compañera urgente. Son todos señores de sombrero llevar. Algunos se peinan con rayas, se los confunde con turecas, unos lucen sombreros redondos, otros con cruces, aunque la mayoría prefieren la licitud en el cabello. La raza de los bunoles es diversa, aunque, eso sí, todos conservan su hidalguía: estilizados, uniformes, sólidos. Detestan a los psicólogos que se le hunden en la cabeza con las mismas herramientas que utilizan con los tollirnos, esa especie de onanistas detestables. Como se saben sostenedores de la familia, no pueden abandonar la casa. Ya quisieran despojarse una noche del abrazo filamentoso de las turecas, pero no hay modo.
En cambio, sus compañeras se las ingenian para desprenderse furtivamente y salir de juerga. Llevan arandelas en la cartera porque no quieren quedar embarazadas.
La fricción de sus cuerpos cuando se ensamblan es una armonía cósmica. Hasta llegar al orgasmo adoptan las más variadas actitudes. O una deja que el otro haga el esfuerzo, o el otro se recuesta y deja, o bien ambos se unen en una danza de contrapunto para llegar exhaustos a la gloria. Algunas, atrevidas, imploran lubricar sus intimidades si no, no se dejan manosear. Pero cuando no hay armonía, cuando no son el uno para el otro, es una desgracia. Quedan enganchados en el primer beso y no hay manera de seguir, o se deslizan apenas con un roce de piel y saben que esa relación no será duradera. Qué trabajo da a los componedores de matrimonios encontrar entre los solos y solas la pareja adecuada. A diferencia de los seres humanos, a esta raza le sobran masculinos. Es que las turecas tienen una tendencia casquivana, en realidad son ellas las que tienen la última palabra. A los bunoles les toca el trabajo sucio, son los que van al frente, tienen que abrir camino, a veces a los golpes y saben que ahí morirán, en la cárcel después del goce, más o menos lo que le pasa al zángano que fecunda a la reina. Se consuelan con el quién me quita lo bailado y ¡vaya baile!... un girar alocado y medido, de ensamble y avance, de cierre final apretados, apretaditos, hasta que la muerte nos separe. Ahí queda él, resignado, en la creencia de que el mundo descansa en su firmeza.
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