Domador de Sueños

Basta con amenazarlos con demandas judiciales o existenciales para que los ñorses se aparezcan. Con el tiempo uno se convierte en domesticador de sueños, los hace de goma, les obliga a que le reinterpreten la realidad, le muestren la cara oculta de los hechos cotidianos. Un domesticador de sueños empieza desde que cierra los ojos con un trabajo formidable. Tiene, primero, que ganarse la simpatía de los dueños del olimpo ensoñarial. Nadie tiene pase libre en su fuero, son estupideces esas que dicen que los seres románticos viven en las nubes, envueltos en sueños irrealizables; otros se atreven a decir que la revolución es un sueño eterno y se lo festejan porque la ocurrencia tiene un sentido oculto que nos liga con las utopías y de alguna manera constituyen las razones de vivir, lo que el mundo cristiano puede llamar la esperanza del más allá y así seguiríamos hasta el cansancio y nos alejaríamos de esta cuestión de domar los dueños, más que domesticarlos que, aunque se parezcan las acciones , no son lo mismo. Domar es quitarle sus ansias irredentas, sus ínfulas de salvaje, su ser inaccesible. Domesticar es llevarlos a sentar a la misma mesa, invitarlos de a poco a que se cambien de ropa, que se corten el pelo, que se pongan gomina, que no tomen tan mal los cubiertos, que no hagan ruido cuando mastiquen. En fin, de a poco los civilizamos, los ponemos en el conjunto, los hacemos anónimos, ya no se distingue el uno del otro. Mejor es domar, es montarse sobre su lomo y que corcovee, que quiera tirarnos hacia la conciencia, que nos vuelque a la realidad. No le daremos el gusto. Uno no sabe lo que es galopar montado en sueños, uno no sabe los mundos que se debe atravesar, qué sorpresa nos depara cada recodo. Después habrá que consultar acerca de qué hacer cuando los sueños se encocoran, cuando se plantan y no quieren seguir, porque uno ve a un cuerpo, a un pájaro cuando muere, queda frío, inmóvil y se lo entierra y queda el recuerdo del pájaro. Pero, cómo mueren los sueños, a dónde van, acaso se desvanecen, se esfuman, se convierten, es todo un secreto bien guardado. Por eso hay tan pocos domadores de sueños, por eso han crecido lo psicólogos, los maestros, los yoguis, los reikistas. Hasta la medicina tradicional, o convencional, o comercial para hablar con propiedad, se ha metido en el asunto y nos habla de una cura de sueños, como si fuese una enfermedad.

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