
Meterse
en el personaje. No
decir es una chanta o es un aparato, sino ponerlo en acción que sea
el lector el que lo defina. Mi
madre era una santa o mi madre nos dio la libertad de la planta que
crece por donde quiere, que ni siquiera le dice cuándo y cómo hay
que regarla. Mi madre dejaba que fuéramos nosotros los que nos
tendiéramos la cama, ella no lo hacía ni lo decía, ella nos daba
la comida sin preguntarnos si nos gustaba y solo cuando ya nos fuimos
del nido mi madre nos hacía el osobuco o la tarantela para
homenajearnos, e íbamos y le pedíamos el pastel en fuente o los
niños envueltos o el arroz con leche, o la polenta con salsa o ese
puchero con los huesitos que nos sobraba del bife de chorizo. Cuántas
cosas podríamos decir de nuestra madre para que sepan los que leen
cómo era, con su sonrisa a cuestas, con sus afirmaciones sin dudas:
que yo me tengo que comprar el libro, y esa expresión, comprarse un
libro era como decir: debo estudiar desde un libro, es el libro el
que me enseña y esta virtud o capacidad o don que tengo de ver un
poco más allá de lo que los otros ven debe ser desarrollada a
partir de un libro. No dice debo escribir un libro sino comprarse un
libro y ahí está todo el secreto. Es posible que con tres o cuatro
anécdotas del estilo estoy definiendo a mi madre, con su callo
incisivo, ese que le molesta siempre, y esa chancleta que vuela
cuando las mano no alcanza, y su afirmación taxativa del cuerpo
estándar, todo le anda, todo le queda bien, todo le luce en su
cuerpo y lo afirma con su sonrisa grande y agrandada, quien le
alcanza, si me alcanzás no me pasás, es decir, el orgullo de haber
sido una vez la princesa o la reina de la belleza en el barrio, en la
fiesta de la primavera, quién te ha visto y quién te ve, quién te
puede hacer sombra con tu cuarto grado apenas. Entonces, repasar el
texto y excluir toda afirmación del estilo mi vieja era coqueta, mi
vieja era zarpada o cosas por el estilo, una madre que se definió
peronista y de Boca,
a contrapelo del marido y de las enseñanzas del marido hacia sus
hijos, a contrapelo de las imposiciones, y siempre a la búsqueda de
un negocito, solo ella era capaz de detectar lo que podría funcionar
o no, esa soberbia secreta, o esa autosuficiencia que apenas se
lamenta por no haber podido estudiar y tampoco está encima con el
estudio o la limpieza, ni la pavorosa protección de una madre, ahí,
casi como una gallina que deja que sus polluelos encuentren por sí
la comida y vamos que la vida continúa. Qué
pretensión
la mía, contar de la Coca. Yo sí tengo para hacer un libro con
ella. Y por ella. Solo dejamos esbozada su biografía.
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