Pero las noticias que daba Pancho eran de fuentes fidedignas. Mejor sería decir de fuente precisa. Quién podía estar a salvo en esa época de tener que callar o, peor aún, dar lectura al texto que al frente le ponían. No era cuestión de investigar su origen, ni prestarse a falsas interpretaciones. Menos aún, dar una opinión. El silencio era, por lo tanto, mantenido tras el borbotón de palabras que implicaba un noticiero.
Pancho tomaba las noticias del panorama informativo de las trece de Radio Universidad. No porque fuera el mejor o el peor. Simplemente era la hora en la que Pancho podía escuchar sin temor a una brusca y peligrosa interrupción.
No se pueden precisar los detalles de cada operación de radio. Tal vez alguien que cumpliera la diaria y maravillosa tarea de sacar una noticia de los cientos de rehenes incomunicados pudiera agregar particularidades.
En síntesis, se trataba de lo siguiente: A la hora señalada, ni un minuto antes, ni un minuto después. La pregunta es cómo se sabía cual era el momento exacto ya que es obvio pensar en la inexistencia de relojes. Tal vez aquí podamos apartarnos del relato puntual y hablar de una campana que sonaba, una sirena de fábrica, un aviso exterior. Vaya si los había. Lo más lógico es pensar que la precisión lo daban los mismos guardia cárceles con sus horarios establecidos. Así que puede haber sido el ruido del cerrojo de las rejas del pabellón el que daba la voz de aura para desatar a Pancho y ponerlo en movimiento.
Una baldosa cualquiera del piso variado de la celda Nº 10 se levantaba, extrayendo una pequeña Itachi. La radio “encanutada” era encendida a esa hora precisa, y dos o tres escuchas y anotadores se encargaban de rescatar las noticias que a sus juicios eran las más importantes, para luego ser transcriptas en papeles de armar cigarrillos con letra milimétrica.
Comenzaba a partir de allí la segunda etapa. Volvía Pancho a su refugio, a la perfecta mimetización que soportó innumerables requisas en busca de canutos , y aguantó los golpeteos de paredes y pisos con los cabos de destrozar espaldas de los presos.
La difusión o socialización del noticiero encontraba diversas vías de acción: desde el lenguaje de las manos a través de las mirillas, el Morse a través de las paredes, los caramelos de boca en boca, literalmente hablando, las palomas de vuelos majestuosos, o el riesgo del fajinero para alcanzar el resumen a esa celda aislada. Se puede afirmar que transcurrida apenas una hora, el grueso de los internos tenía conocimiento de las noticias más importantes del día pasadas por Radio Universidad.
Cuando llegó la hora de los traslados, aquellos que logramos sobrevivir al infierno, llevamos puesto el amuleto que pudimos escabullirle a las requisas. El pobre Pancho quedó ahí, en su canuto de baldosa, resignado a morir en el olvido, pero feliz por el deber cumplido. Vaya pues este homenaje a ese operativo majestuoso del Pancho Informativo.
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