Vuelque
los ingredientes sobre la mesa. No se olvide de la sal. Y póngale
pimienta. Déjese llevar por su intuición y no le lleve el apunte al
maestro ciruela. Que si tiene que ir en molde grande o en budinera,
que si no debe apartarse de la receta de la abuela o si debe innovar
porque el mundo espera mucho de usted. La mesa es grande, nuevita, es
un espejo que a veces nos atormenta y otras nos produce un placer
onanístico. Vuelque, sin miedo, aprenda del que está a su lado,
cópiele si lo merece, pero no haga pasar gato por liebre. Acuérdese
de la levadura, de la maceración, de la paciencia. Puede que sus
pastelitos no sean del agrado de todos. Hay quienes lo prefieren con
dulce de batata, con masa de hojaldres, freídos en grasa de chancho.
Recuerde que primero tienen que gustarle a usted, pero no se enamore
de su creación. Tal vez su destino sea el tacho de residuos. No se
desanime, inténtelo. Pruebe de quitar y agregar, de poner antes el
caballo y después el carro. No se envanezca de aplausos ni se hunda
por una crítica. Y recuerde siempre: el mejor plato es el que se
cocina a fuego lento.
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