LA ENTRADA AL ABRA EN LA SELVA MISIONERA
Ya de regreso de la aventura mochilera. Salíamos de Puerto Iguazú rumbo al sur. La meta sería llegar a Posadas. Quedábamos tres, tendría que confirmarlo: Alejandro, de Buenos Aires, Otro muchacho del conurbano bonaerense y yo. En la ruta de salida, haciendo dedo, nos levanta una camioneta carrozada, con una especie de cúpula adosada, para transporte de sustancias alimenticias. Iba hasta Posadas pero llegaría recién a la noche porque tenía que ir entrando en muchos poblados y pueblos dejando mercadería. De lo que estoy seguro que llevaba eran pre pizzas o tal vez productos de copetín. Fue parando en pueblos pegados a la ruta, caseríos. En un momento, dobla hacia la izquierda y se interna por un camino de tierra colorada al monte o selva misionera. Anduvo un largo rato sin que por supuesto se cruzara ni un alma. Llegamos a un caserío, a la entrada nomás donde estaría en almacén. Hacia el fondo se veían grandes máquinas aserradoras, pilas y pilas de troncos y maderas cortadas, algún camión aguardando la carga. No vimos nada más, pero es posible que el caserío se extendiera algunas cuadras a juzgar por las cajas que bajó nuestro fletero. Mi aspecto era el de un mochilero que durante un año no se cortó el pelo ni la barba y delgado y rubio no fue de extrañar cuando una mujer que salía del almacén al verme se arrodilló y comenzó a persignarse. Esa aparición milagrosa debe haber sido comidilla entre los pobladores por varios días. Luego aparecieron niños, otras personas que de lejos me miraban entre sorprendidos y temerosos. Un poblado metido en la selva, olvidado de todo, sin otro encanto que la extracción de riquezas de los aserraderos.
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