Los atchumm del vecino Rojas



Ocurría en primavera, aunque en la memoria parece que hubiera sido cada mañana de cada día. La casa de los Rojas estaba entre la nuestra y el colegio Santa Cruz, en la calle Santa Fe de Banda Norte. Casas con anchos y largos patios, barrio arbolado con quintas de frutales y flores diversas. Calle de tierra con regador diario, parvas de hojas secas en el otoño, muchos perros, gallineros y chicos para jugar a la pelota.

En medio del silencio de la mañana, o al atardecer, lo mismo daba, desde el patio vecino comenzaba un concierto de estornudos interminable. El vecino Rojas, seguramente alérgico a pólenes o fragancias, buscaba la amplitud de su patio para sacar de su pecho, de su hígado, de su humanidad un poderoso sonido que puede escribirse como atchumm, no el atchís infantil e inofensivo. Un atchumm monótono, monocorde, con señal de inicio dispuesto a instalarse en el espacio hasta el final de los tiempos. Un atchumm cortante, secuenciado, cronometrado, uniforme, hartante.

Primero causó asombro, luego estupor. Se pasó a la risa, a la burla, hasta que fue insoportable. Era cuestión de irse de casa, tomar la distancia necesaria para no oír en estrépito de las fosas nasales. Los últimos atchummes delataban al hombre exhausto, debilitado en sus cuerdas vocales, afónico y vencido. Como un motor que da sus últimas revoluciones, atascado, engranado, hasta dar dos o tres estertores y detenerse para siempre.

Hubiera sido ilustrativo treparse al paredón y espiar ese momento del final, no sé si para aplaudirlo, o para condolerse con él. Cómo habrá sido la expresión de su rostro, cómo habrán sido los pasos de ese hombre dominado por los atchummes sabiendo que mañana, la semana que viene, volverían a convocarlo para ejecutar ese concierto insoportable. No cuento la anécdota solo como un hecho gracioso. Entre tantas taras que uno tiene, me ha quedado la incapacidad de tolerar por más de tres veces seguidas cualquier estornudo. Ya a partir de ese número, cuando me anuncia una catarata de atchises, atchummenes o el contenido chist, chist, me estremezco y ruego que termine, o me distancio y me dan ganas de insultarlo al causante. Disimulo como puedo y al cesar, el ritmo de mis latidos vuelve a la normalidad.

Será por Rojas que casi no estornudo. Debe ser que he decretado para él y solo para él la propiedad de esa alteradora melodía.

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