Punto punto raya/ Punto/ Raya raya. Hablar silencioso de las paredes. Con claves para apurar el diálogo, para separar las palabras, para decir que te llamo, para decir hasta luego. Puntos y rayas atraviesan muros de punta a punta de un pabellón y cruzan hacia la otra ala con sonidos leves en los biorses o por donde el infinito e inagotable ingenio del preso es capaz de derribar el aislamiento. Cuántas horas pasadas en el pabellón de castigo hablando con el compañero del lado, tal vez un desconocido o apenas conocido, contándonos cosas de nuestra vida, los sueños y esperanzas, las urgencias, o pasándonos las noticias que se filtran por esos vericuetos impredecibles. Las noticias vienen a alguna hora, todas juntas, van pasando de pared en pared, sin que en nada se parezca al teléfono descompuesto.
El morse con los nudillos encallecidos es un canto de libertad.
Y cuando el morse transmite lo que desde alguna ventana entra por el lenguaje de las manos, o por la paciente paloma que se enganchó en las rejas y trae en su pico el caramelo, eso que entra es el diario del domingo, con secciones ampliadas de lectura morosa y atenta porque no debe morir en uno y será pregón que se desparrama.
Con qué rapidez aprendimos a conversar. El tiempo adquiere el ritmo de sus golpes acompasados. La música del morse carcelero es imborrable. Basta quedar en silencio e imaginarla. Punto punto raya. Punto.
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