El Lucho del bar





Piernas cruzadas, el Lucho revuelve con displicencia el primer café de la mañana. Desde la mesa del bar arregla el mundo con el diario en la mano. A esa hora llega el Puntal y él es su primer lector. Con sorna, con suficiencia, va a la penúltima página y lee el horóscopo de su signo y el de su amante. El de la mujer propia lo ha olvidado, ni siquiera le interesa saber qué le deparan los astros a esa perra. Ya fue, se dice, se fue, con los críos y su chongo, me la saqué de encima. 

Parece que hoy escorpio está de parabienes; le dice que conocerá a una persona que le ofrecerá un nuevo rumbo de su vida. Y debe ser cierto nomás, porque dentro de un rato el Manuel le presentará a un español que se viene a radicar a la ciudad y anda necesitando de un tipo con vehículo, con licencia vigente, que le haga de chofer. Una especie de valet, algo así. Veremos si el tipo me cuadra, dice, ufano de cómo el diario le sopla sobre su futuro. Ve la página de los muertos, hay que quedar bien con los deudos y más que últimamente se está muriendo gente de todas las edades, no solo los viejos que venían con olor a cala desde hace tiempo. Una pasadita por el deporte, aunque eso está perfectamente al día, con fox sport, espien, y TV deportiva, más la radio con el Turco y los goles de la madrugada, mucho mejor que esos programas que tenía que escuchar con la ñorsa, los programas del corazón, el de solas y solos. Bueno, que no se haga el superado el Lucho, gracias a que cuando la ñorsa se fue y dejó el dial clavado en esa FM, pudo anotar el teléfono de la Susy y un huesito tiene para roer. Las policiales las conoce de antemano. Solo las lee para saber cómo mienten, cómo ocultan el bulto. No por nada está ahí, anda la noche, merodea las calles, sabe de las esquinas y se saluda con los patrulleros. Algún día va a escribir un libro, se dice, con todo los entuertos y traiciones y metidas de cuernos y drogones insospechados sería un best seller, o le digo a cualquiera de Narrasur que me lo escriba, yo les doy la letra.

A lo que presta atención es a la política, a la local para andar al tanto de cada movimiento y la nacional para tener algún argumento más para putear a la yegua. Cuando la metan en cana organizo la caravana de bocinazos en el centro, será mi día de fiesta, se dice. Ya, a esa altura, está armado lo suficiente como para enfrentar el día. Tiene un par más de argumentos, y lo primero será pasar por lo del Gordo Perchellis, debe ser el único kirschnerista que queda, le tirará lo de los bolsos y lo del sindicalista mafioso. En fin, con el español ni mú, ni una sola palabra. Hay que ver para dónde dispara y seguirle la corriente, donde se come no se discute, esa es la manera de sobrellevar la cosa. Pero lo ha dejado preocupado un artículo que leyó en una de esas revistas que se la creen científicas, una nota de opinión cuyo título le llamó la atención: Cerebro reptil. En política gana quien mete el gol en el cerebro reptil de los votantes. O sea, colocar la pelota en la parte más primitiva del cerebro humano, el elemental, el que sirve para correr, comer, calmar la sed, para sobrevivir. Esa parte no entiende de datos, ni puede prestar atención, es blanco o negro, vida o muerte, chorros o decentes, no sabe de patria, de igualdad, tampoco tiene memoria, es ahora, todo ahora. Solo cree en lo que ve o en lo que le muestran, no le vengan con planes o proyectos. Encima el que lo escribe se hace llamar Cacho, como el verdulero de la vuelta. ¡Cuándo un Cacho puede sacar la cabeza más que los otros! Pero, en fin, que lo traten de reptil, de lagartija, o víbora, animalitos simples, no es muy bueno, aunque lo prefiere a cuando lo tratan de mente colonizada, así le dice el Gordo Perchellis, que tengo una mente que la colonizaron —murmura el Lucho—, que no pienso por mí sino por lo que me dice el diario y yo le pregunto que de dónde voy a sacar la información y entonces el Gordo me habla de las dos campanas, que no puedo quedarme con un solo tañido, es medio puto el Gordo, tañido, se hace el poeta, bueno todos los artistas son medio putos o les gusta dar y que se la den, aunque a los que les llevo la merca nunca se me tiraron.

El Lucho pide el segundo café, con criollitos lo pide, mira la hora y ya son las diez de la mañana. Menos mal que no vino ninguno de los buscas a sentarse con él, no daría buena nota ante el Gallego. No me lo fichó bien el Manuel —piensa—, medio turbio lo veo porque no quiso aflojar prenda, no le pude sacar ni siquiera el nombre, eso me dijo, es español, gallego, vasco, hace muy poco que está en el país y no sé a qué se dedica, pero te va a caer bien, vas a ver, es de los tuyos.

Casi al mediodía aparece por el bar el Manuel con el Gallego. Es cierto, le cae bien de entrada el gallego, le dice que es de Madrid que no es gallego ni vasco ni nada que se le parezca, pero el Lucho le dice que para nosotros todos los españoles son gallegos o vascos, y el Joaquín, así se llama el español, le sonríe y le dice mucho gusto, espero que podamos congeniar. Y de qué se trata la cosa, pregunta el Lucho. De libros, especiales, colecciones para conventos y congregaciones, son libros muy solicitados y vienen directamente de España, larga de corrido el Gallego.

Al Lucho no le hizo ni fu ni fa, pensaba que era otra cosa, bueno, al menos limpiará su prontuario para aquellos que siempre le dicen que anda en cosas raras. Sí, pero ni fiolo, ni ratero, ni botón, cualquier cosa menos esas tres profesiones, se dice. Pero a veces el hombre tiene un precio y de vez en cuando me corro de carril.

Salen por la Sobremonte y le muestra el erreonce cremita al gallego, que le palmea el hombro y le dice que van a tener que apuntar más alto, que es una cuestión de imagen. Es que este lo tengo para el trabajo diario, se justifica el Lucho.

El gallego se va, mucho gusto, cualquier cosa te llamo. Ahí el Lucho se embronca con lo que le dijo el gallego: que tiene que apuntar más alto, a él, tan orondo con su erreoncito. De todos modos, el día no terminó y escorpio está de parabienes. Que se vaya al carajo el Gallego.

 Vuelve al bar, pide otro café, recoge el diario de otra mesa y por las dudas le dará una mirada a los clasificados.

Piensa que la próxima cita de trabajo la tendría que hacer en el café del Paseo de la Rivera.

 

 


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