Dos palabras

 










El camino está trazado —dice— y es tan inexorable como la muerte. Ni este extravío momentáneo, ni el peso de una memoria harán mella en mi vocación de andar.

El eco rebota entre los cerros retorcido de palabras; las devuelve mezcladas de murmullos de arroyos y de pájaros.

Vivir es morir constantemente —habla el río— y lo vivo es apenas gritos aplastados por el tiempo.

El pájaro salta de piedra en piedra con el sol en las plumas, no sabe de tozudeces o melancolías. Canta sobre el murmullo, picotea palabras, las descascara como nueces partidas. Detecta con el pico las vacías, y las amontona en la fosa. Otras, albergan úlceras y abscesos. Las inmaduras son arrebatos del viento.

Al fin, se sustenta en una palabra que atraviesa las hondonadas, sortea espinas, esquiva las trampas de los cañadones. Luego se posa en la piedra y se multiplica en panes.

El desayuno es apenas dos palabras. El río continua con su murmullo. El hombre se hace pájaro y desde las rocas salta al agua. Como una mancha de aceite caen las sobrevivientes. El río se detiene a reflexionar.

Cuando acabe por desprender de su lomo embravecido las dos palabras, volverá a ser murmullo. Al hombre le parecerá que el río ríe. Y reirá con él.

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