Establecimiento Don Ángel

 


Qué placer estar aquí, en este lugar distante de la ciudad, sin luz eléctrica, ni agua de red, sin cloacas, semáforos ni urgencias.

La casa de los puesteros fue rescatada de su agonía. Sus últimos moradores han sido cerdos que en su interior hicieron parideras.

Bajo su techo de chapas y tirantes armamos el hogar. Blanqueamos sus paredes, reconstruimos los espacios con ánimo de permanencia.

No es la magnificencia de la naturaleza; es la llaneza de la pampa con el horizonte circular, roto a las espaldas por el perfil de las serranías y al frente, a media legua, por el transcurrir del tráfico del Mercosur, una postal grata y compleja.

Por detrás, el silencio de entrega de las vías férreas y la postal de entrada de la Estancia emblemática del poder.

Estamos parados sobre la reserva acuífera más apetecible del subcontinente.

Hoy los árboles están desnudos. El pasto es un ocre extendido. Los pool de siembra no han llegado aún a ensilar las riquezas. Para octubre habrán sembrado la soja y será un lamento. Pero en las ramas los nidos florecerán, en la quinta los almácigos mostrarán los brotes, el verde se hará dueño del suelo y del cielo, y las noches, ah, las noches, nos ubicarán en nuestra pequeñez.

Ahí están las herramientas para tener a raya la tozudez del verde o alimentar el fuego.

Ahí está el molino para arrancar el agua del mate mañanero y la manguera para alimentar los brotes.

Ahí está el sol, para cargar las baterías que iluminan nuestra lectura antes del sueño.

Ahí está la heladera a gas que conserva los alimentos y enfría nuestro vino.

Ahí el horno del pan y sus manjares.

Aquí se agrega a la vida un trozo de felicidad. Levantándose con el sol a regar la huerta, a escuchar los pájaros, a soportar el viento insistente.

Al llegar el crepúsculo y encender el sol de noche, atreverse a la cocina a leña, a juntar ramitas para prender el horno chileno y hacer el pan, la torta, la asadera con verduras y carnes para acompañar con un buen vino blanco.

Una fotograa visual de un lugar entrañable, un lugar desde el cual vemos la vida, nos hundimos en ella y nos deja una marca indeleble, feliz, siempre amable.

Así, el amor se recobra.




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