La abuela Rafaela no quiere más de uno, ni dos, ni tres: uno sólo de los primos va a visitarla el sábado a la mañana. Al Mario le encanta la comida que le hace. El Pedro, el único hijo de la Tía Dora, se mete en la pieza del tío Mando a jugar con las colecciones de soldados que sólo a él le permite tocar. La Martita se entretiene revolviendo las fotos y los álbumes. Yo me muero por los postres de la abuela pero ahora es el pasillo de mármol lo que más, más me gusta. El José no quiere ir, vaya saber por qué. Cuando le toca nos vende el turno por cinco pesos, siempre se lo compran los hijos del Tío Arturo. Son los nariz parada de la familia, dice mi abuela, casi no los conozco porque están peleados con mi mamá. A mí me da un poco de vergüenza cuando me preguntan si soy pariente de Arturito, digo sí y siento como si se burlaran o me tuvieran lástima. Bueno, mi mamá dice a los parientes no se los elige, a los amigos, sí. Siempre dice cosas mi mamá, rezongando, nunca sonríe, nunca juega. La abuela no es la mamá de mi mamá, no, es la mamá de mi papá, pero a mí siempre me pareció que eran como una madre y una hija, por lo bien que se llevan ¿Mi papá? no lo recuerdo.
No sé por qué te hablo de estas cosas, si lo único que quiero contarte es que mañana me toca a mí; desde las vacaciones que no me toca. Es tan lindo. No vayas a creer que todo es bárbaro, no te salvás de levantar la mesa, de secar los platos, de juntar la basura, de tender la cama después de la siesta. Tenés que dormir la siesta. Así es mi abuela. Casi no habla, te mira con esos ojos que te mandan y vos sos como un invitado. Te hace una caricia, te peina y acomoda la ropa, te da caramelos, te lleva al almacén, se sienta a ver tele con vos, pero hay obligaciones, dice ella.
Después de las dos de la tarde hay que hacer silencio, ni tele, ni radio, ni ruidos, porque ella dice que la siesta es sagrada. Duerme hasta las cuatro y enseguida te llama para la leche de la tarde. Antes de lo del pasillo de mármol, me llevaba una revista o soñaba o me dormía hasta que una siesta me dieron ganas de ir al baño. La ventana de la habitación de los huéspedes siempre está cerrada, así que para leer tuve que prender el velador. Estaba leyendo Los fantasmas del bosque embrujado y salí al pasillo.
Nunca le había contado esto a nadie, porque me parecía que se iban a reír. Una vez se lo empecé a contar a Natalia. Apenas le describí cómo era el frío y la oscuridad, pegó un grito y me dijo que eso era jugar con los muertos, salió corriendo y me quedé sin poder contarle lo más lindo.
Desde ese día me había jurado que sería mi secreto.
Pero cuando comenzaron las clases este año, tuvimos una maestra de lengua que vino a reemplazar a la seño por unos días y nos hacía escribir mucho. Un día nos dio la consigna: “Lo mejor que me ocurrió en las vacaciones fue...” Y escribí, escribí como una hoja y me felicitó, dijo que era hermoso, que era muy imaginativo. y lo estaba por leer para todo el grado. Me puse colorado como un tomate, vi que la Naty me miraba con unos ojazos y quería que me tragara la tierra; menos mal que sonó el timbre y al día siguiente volvió la seño titular. La guardo con la primera carta que le escribí a Natalia y no se la di ¿te dije que me gusta la Naty, no?
Hay partes de lo que escribí que me acuerdo de memoria, como me acuerdo de los cuentos que me contaba mi mamá hasta que le vino la tristeza. Pero te cuento:
El pasillo es larguísimo, con las paredes de mármol hasta el techo, yo mismo lo medí, conté cuarenta y dos pasos, yo calzo el treinta, pero mi pie mide veinticinco centímetros, así que tiene como diez metros de largo. Primero está la pieza de la abuela y al frente la del tío Mando, y más o menos a la mitad, está el baño y el dormitorio de los huéspedes, que vengo siendo yo. Bueno, desde ahí hasta la pared del fondo del pasillo no hay puertas ni ventanas, ni cuadros ni adornos. No hay nada, sólo un foco de luz colgado desde el techo que hace mucho tiempo que está quemado. Así que cuando se cierra la puerta de la cocina y entramos al pasillo queda una oscuridad tan grande que sólo al rato puedo verme las manos.
Esa siesta del libro de los fantasmas, dejé la puerta un poquito abierta para que hubiera luz en el pasillo, la oscuridad me asusta. Cuando estaba orinando en el baño escuché un ruido, mi puerta de huéspedes se cerró sola. Casi me muero. Volví al pasillo y en la oscuridad lo vi. Por el agujerito de la cerradura salía un rayo de luz que se estrellaba contra la pared de mármol. Era como fosforito prendido, como una chispa en la oscuridad. No sé qué me pasó pero fui hasta la luz, puse la mano en el mármol frío y me quedé quieto. Cuando moví la mano la luz se movió. Cerré los ojos, sentí un calorcito y de pronto la luz se movió y fue como que me invitaba a andar con ella. Y ahí empezó mi aventura. Mi mano empezó a andar.
Subí a un carro que no he visto ni en el Lo Sé Todo. Despacito se arrastró por el mármol tirado por seis caballos blancos. El sol salía detrás de unos cerros y todo el campo era verde con manchones rojos. Los caballos trotaban y era el único sonido que se escuchaba. Yo quería detenerme para mirar el paisaje pero ellos no hacían caso a mis chistidos, ellos decidían por dónde ir. Medio dormido con el sonido de los cascos apenas si me daba cuenta que una mano caliente y blanca venía hacia mí y con una sonrisa me señalaba un camino. Corrí por él y llegué a un parque de diversiones, una pantalla de luces me invitaba a entrar cuando la puerta de mi abuela se abrió y apenas tuve tiempo de meterme en mi pieza. Como nunca había pasado, la abuela se levantó para ir al baño. Cuando volví ya el parque no estaba más. Cerré los ojos bien fuerte para ver si regresaba y nada pasó.
No veo la hora que llegue mañana. Apenas escuche los primeros ronquidos de la abuela ¡cómo ronca! saldré al pasillo de mármol. Seguro que me toca un avión, tengo tantas ganas de ver el colegio desde el cielo, dicen que las personas se ven chiquititas como hormigas y las casas parecen piezas del Rastri. Seguro que Natalia irá conmigo, seguro que…, mañana te cuento.
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