¿Quién se apresuró a bajar el cuadro para aguar la fiesta?

 



E
l primer sospechoso es un amanuense soplón, uno de esos mosquitas muertas que sobrellevan las mudanzas como parte del mobiliario. Pongamos, por caso, el cafetero. En la sala oval, esa mañana, su oído afinado oyó el murmullo que queda sonando cuando se cambia de tema. No fue obediencia debida, no. Puso su alma y riesgo por la fidelidad con el presidente que hubiera querido ser. Dejó la bandeja en el buffet y acostumbrado a moverse como Juan en su casa, con la bolsa de residuos y escoba en mano, fue a la sala, descolgó el cuadro y lo desapareció.

Suena lógico, creíble.

Una visión más conspirativa nos hablaría de traición: Siempre hay un Judas entre nosotros y alguien agregaría: más entre ellos, que son una bolsa de gatos.

Cabrían otras posibilidades, hasta las más insospechadas, pero no es el caso tratarlas aquí.

Grande fue la sorpresa cuando en el lugar del cuadro apareció un rectángulo de color más vivo que el resto de la pared. Y la ceremonia era en un par de horas nomás. Suspenderla sería un papelón, peor aún, como dijo un tal Vladimir Ilich, ni un día antes, ni un día después. Era ahora. Dicho en términos más adecuados: se perdía una oportunidad histórica.

Dicen que los pueblos sub desarrollados tienen una capacidad de ingenio superior a la de los pueblos del primer mundo. No sé si como consuelo o nostalgia, alguien me dijo alguna vez que en estos países todavía se podía creer y crear. Las necesidades agudizan el ingenio y si algunos todavía atamos con alambre, otros ponen en marcha el motor y caen parados como los gatos.

Es de imaginar el tenor de aquellas deliberaciones; desde el voluntarista que propuso barrer literalmente todo el edificio, de acudir a los propios soplones, los resignados que nunca faltan y la historia los pisotea, los aveagüeros que advirtieron señales inconfundibles, señales de dios —para ser más precisos—, hasta que intervino aquel loco que desde arriba del paredón del hospicio le ayudó al que había perdido las tuercas de una rueda a continuar el viaje.

­ —Fotos tenemos. Cuadros, hay una galería de cientos. Acá a la vuelta hay una fotocopiadora, ampliamos, desarmamos, armamos y aquí no ha pasado nada.

Ese fue el cuadro que se bajó del dictador. Y como símbolo funcionó. La reflexión final nos pone en un aprieto. Algunos me dirán que poco importa la génesis del cuadro. Que el original estará en la casa del cafetero o en el bunker de la reacción, como Roca está en las plazas y la verdad anda deshilachada. Pero la fiesta no se aguó y el dictador, que aun no había muerto al lado del inodoro, miró su rostro envejecido en el espejo de la prisión.

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