Ángeles se fue

 

POR QUÉ SE FUE ÁNGELES, QUEDÓ COMO PREGUNTA. Sin embargo, vamos a reformularla: Por qué vino si debía irse. Insondables son los designios. Vino a embellecer la noche con su juego de mariposas en las manos. Vino a alborotar los tedios y las magnolias. Vino a escribir en el silencio del aire con mandíbulas de tinta acuosa lo que muy pocos pueden volcarlo en grafías de colores. Sí, el planeta tiene sus días y sus noches. La mañana se oscurece en las penurias del salario y la noche se enciende en los cuerpos fusionados. Vino, que nos alcance con ello. Dejó un pozo en su asiento. De él emanaron efluvios insospechados. Estalactitas de risas contenidas, trinos efervescentes, agonías de atardeceres. Y nos quedamos con un brazo izquierdo mutilado del profesor, delirando con bolitas de telgopor en la garganta, con una niña Constanza irresoluta, pelando naranjas planetarias, haciendo círculos en vidrieras empañadas, zambulléndonos en un arroyo de escombros. Seguimos jugando en los altos del viejo edificio donde solo quedan reminiscencias de sonidos, de silbatos y campanadas de llegadas y partidas . Pendenciero es la palabra adecuada, insisto, defiendo sin convicción por que no hallé la correcta. Pensé en Bush, o en el meteórico empresario de la soja. Esos no vienen como Ángeles a despertar luceros. Vienen a apagarnos la luz, a cambiarnos la combinación de la llave de nuestra casa. Y lo peor del caso es que no se van. El juego se hace una lástima.

La vida es bella ¿recuerdan?

Y encima, los campos magnéticos que se alteran, se mutan, nos quitan meses de los años y el miércoles parece que fuera ayer. Es una pena que no podamos estar dentro de dos mil años cuando el anochecer demore un día completo y el sur se haga norte. Entonces, Ángeles no se habrá ido. Estaría llegando vestida de noche, de sus manos brotarían luciérnagas y alborotaría las urgencias y las madreselvas.

Tal vez allí, el pendenciero sea un enviado, el profesor recupere su mano y aprendamos a pelar naranjas sin soltar una lágrima.


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