Babieca

 

Deambula en la noche de la ciudad veraniega, huye de amores y memorias.

En la esquina central, un bar lo invita con su nombre: Babieca. La figura de un caballo, delineada con tubos de neón, le trae el recuerdo de un texto histórico.

Cómo se sentirá el animal al saber que su nombre vulgariza al apocado hazmerreír de cada grupo.

Entra. Puede elegir una mesa junto al ventanal, desde donde aprecia la peatonal que se puebla de caminantes, laxos, babiecas, incapaces de desprenderse del ruido de las grandes ciudades, combustible de sus aturdimientos. Esta calle es una expresión condensada y reducida de sus infiernos cotidianos que dejan atrás por un fin de semana, una quincena, tal vez.

Todos somos unos babiecas, se justifico.

Pide un café, por pedir algo, y se envuelve la marea del escape: hay que atrapar los primeros soles del verano para alcanzar el adecuado tostado de la piel y por qué no, emprender esa aventura que luego nos dignifique: una hazaña pequeña, un souvenir, el teatro con la modelo de turno.

Todos los hombres tienen su precio —dice una voz detrás de él.

Y es una sentencia definitiva. Busca al dueño de la voz: impasible, bebe su whisky, ante la aprobación de los otros. De otras mesas, varios ojos husmean al sentencioso.

Se deja invadir por los murmullos.

La dama de compañía del previsible empresario revisteril aporta su comentario:

Precio es el que pagó un chanta esta tarde en el balneario.

¿Alguien tasó tus tetas? — interviene el empresario.

Un desubicado; un laburante puso el pasacasette a todo volumen. El pobre Gordini temblaba con el chán chán de la Mona. Lo miramos como para comerlo y el tipo nos desafió, abriendo las cuatro puertas del auto. Los chicos que estaban conmigo, viste cómo son, le dieron cuatro portazos y el tipo se tuvo que ir con la música a otra parte. Hay gente que no sabe respetar el silencio o tranquilidad de los otros.

El sentencioso festeja la ocurrencia con un beso en la mejilla de su chica, al tiempo que a los gritos pide un nuevo trago, despachándose a viva voz con sus proyectos de instalar el desnudo en el teatro de revistas.

Hoy los dueños de las ideologías marcan los ritmos—escucha a uno con pinta de intelectual, en su mesa próxima— aunque cedan la batuta al saltimbanqui de turno— completa.

Antes una idea era razón de vida y no se reparaba en nada. Ahora no hay juicio, se justifica todo, caminos o actitudes.

Dos señoras platican, seguramente movidas por el proyecto revisteril.

Esto es lo que me toca vivir—dice el del whisky.

El nuestro se pregunta qué hace aquí. Se repregunta y no se cuestiona.

Hará como el del Gordini, llevará su música desencajada a la marea. En el bullicio de la peatonal tal vez halle alguna respuesta, que no encontró en Babieca.


Comentarios