EL CRUCERO, AMARRADO A UNA ARGOLLA DEL MUELLE por una soga gruesa, acompasa el leve ondear del agua; un arrorró que fascina los ojos adormece las penurias, invita a dar el salto. No está lejos, es alcanzable.
En la cubierta (lo vemos por televisión, en las revistas), algunas personas lucen sus cuerpos espléndidos, beben champagne y degustan ensaladas típicas de la Isla Margarita.
Pronto volverán a la mar y la fiesta será en grande.
Un curioso me dijo que la última vez que vino, el crucero estaba más cerca, que bastaba estirar la mano para acariciar su lomo. No le creí, pero no se lo dije. Insistía con que el puente tenía menos peldaños. Me desconcertó. Siempre pensé que los peldaños pertenecían a la familia de las escaleras. Tampoco se lo dije. No vi tal puente, creo que deliraba y por prudencia me alejé unos pasos.
Lo vi irse cabizbajo, pateando el pedregullo del muelle, hacia las cantinas del puerto a perfumarse de pescado y emborracharse de cerveza. Crecen las cantinas hacia las afueras del puerto, hasta confundirse con los arrabales.
Una mujer dispara su cámara digital. Recorre el muelle buscando la mejor toma. Se la ve feliz. Me pide que le saque una foto con el crucero de fondo. La complazco, me agradece y se va.
Los pasajeros aparecen de tanto en tanto en la cubierta y nos saludan con la mano. Algunos le retribuimos la atención. Sé que todos queremos que nos inviten a subir, a navegar con ellos. Ya nos llegará la hora.
En el muelle somos cada vez menos los curiosos o eso me parece. A veces vienen algunos enmascarados y les arrojan piedras. Las autoridades uniformadas del puerto pronto los sacan del lugar.
Son más las tardes que me parece ver a alguien descender, aunque pueda deberse a que estoy perdiendo la vista y no distingo las distancias.
Alguna tarde sube un nuevo tripulante al crucero. Lo sé por los aspavientos que hace en la cubierta. Cómo subió es un misterio para mí, tal vez sea por ese puente de peldaños, invisible a mis ojos. Me queda la dicha de soñarme en el crucero. Al fin y al cabo, dicen que querer es poder. No pierdo las esperanzas.
Últimamente percibo como inquietudes dentro de la embarcación: se miran con desconfianza. Debe ser una suposición mía, pero creo que han agregado un tramo a la soga de amarre. Deberé darle la razón a aquel curioso, ¿o seré yo el que delira?
Ya mi padre me decía que su abuelo le decía que estudiara y aunque él le hizo caso, no pudo cruzar el puente, peldaño a peldaño. También le hice caso a mi padre y mi hijo se me ríe en la cara y no me queda más que reírme yo también.
Me paso las tardes meciéndome con el crucero. Mi hijo cuestiona este hábito. Me habla mal de los tripulantes. Dice que me han formateado la cabeza. No entiendo qué quiere decirme. Cuando le pregunto, me dice pobre papá.
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