Tribus urbanas

 

LOS PÁJAROS HUYERON HACIA EL MONTE. El aire se llenó de muerte y un olor de gases inunda el espacio. El silencio busca decretar el fin de la contienda, que no lo fue. Un asalto sorpresivo. Ya cumplieron la misión, se han ido, quedan gritos aislados, agónicos, chispas que buscan el cielo, estruendos de derrumbes, vidrios que se trizan, aroma nauseabundos de cloacas reventadas, desolación, ataque esperable, aunque inesperado por la celeridad, la crudeza. No quedó nadie en pie. Un reguero de cadáveres se expande por el piso de la casa de la tribu Alfa. El muchacho sale del escondrijo, del canuto de las armas. Debajo del hueco del placard del dormitorio soportó las ráfagas, los golpes rompiendo grifos e inodoros, aguantó el vendaval y ahora sale. Ve a los suyos, ve a su jefe, la cabeza seccionada, el olor ferroso de la sangre, la rispidez del polvo en las manos. Se agacha, toma el fusil que nunca manejó, cuelga la correa en el hombro y sale de la casa a punto de derrumbe. La calle es desolación, columnas de humo, escombros, desparramos, las casas de los alrededores tienen las puertas y ventanas selladas. Venderá cara la afrenta, sabe quién dio la orden, cree saberlo y hacia allá va, al bunker de la tribu Gamma, enemiga jurada desde la división entre el indio y los metálicos.

Avanza parapetado entre los montículos, autos incendiados y llega al lugar, no puede ser, el bunker de los Gamma se sostiene en pie solo por su esqueleto.

Desconcertado, escucha motores que se alejan, distingue un helicóptero que sobrevuela la zona, se acerca y la ve. Es su ex amiga, que sale con la ropa destrozada, sucia, la ve, empuña una ametralladora imposible de sostener su menudez, y sin embargo da dos pasos hacia la calle y se oculta detrás de un lapacho acribillado. Se descubren, entienden de una vez lo que ha sucedido, dejan las armas y corren al abrazo. Un ráfaga los despedaza.

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