Aniversario en Rocas Rosas

 

I

Es muy poco lo que puedo decirle. Vi una luz que se nos venía, señales rápidas de cambio de luces altas y bajas pero no advertí el peligro. En realidad ni me di cuenta que íbamos por la ruta. Me había recostado en el asiento y no advertí cuando Julián equivocó
l camino o prefirió salir directamente hacia la ruta. Estaba un tanto mareado, excitado. Había estado bailando con Rosalía y mientras bailábamos los mozos nos servían champagne o whisky o fernet con coca y no rechazábamos ninguna invitación. No sé cuánto tiempo estuvimos en la pista. En un momento nos corrimos hacia un salón más reservado y bailamos, cómo le diré, más juntos. Muy bien no recuerdo, pero ella no quería volver y yo me di cuenta que estábamos arriesgando demasiado. Cuando volvimos a la mesa, Julián estaba con cara de pocos amigos. Julián era un excelente empleado, casi un amigo. Hacía quince años que estaba en la Siderúrgica, había ingresado como cadete, hizo una muy buena carrera, hasta que yo mismo lo designé Jefe de Ventas del norte del país. Me pareció adecuado festejarle sus diez años de matrimonio. Por eso le sugerí a su mujer, que trabaja
con nosotros en el departamento de Administración que podríamos ir a Rocas Rosas, un lugar que yo ya conocía y sabía de la calidad de su comida y sus vinos. A mi mujer le pareció excelente la idea, bueno a ella todo le parece excelente, aunque ella no conocía a la mujer de Julián pues Rosalía hace apenas dos años que trabaja en la empresa. La incorporé por aprecio a Julián. Además me pareció siempre una mujer de agallas, se mata con la gimnasia, tiene inclinaciones por la pintura y cuando su marido está de viaje no se pierde espectáculo cultural o conferencias. Lee mucho, está bien informada y tiene opiniones políticas propias, que aunque difieren de las mías, la respeto. Lástima que no hayan podido tener hijos, estaban por adoptar, una verdadera pena. A mí, ese tipo de mujer me vuelve loco, qué quiere que le diga. La cuestión es que Griselda recordaba a Julián, trabajaron juntos en la época en que llegué como gerente de comercialización y Griselda era la telefonista. La designé mi secretaria privada y al poco tiempo nos casamos. Ella dejó de trabajar para dedicarse a la casa y a la crianza de los mellizos y olvidarse un poco de ella misma. No tiene temas de conversación, pero es una buena mujer. Sí, ya sé que esto aclara poco sobre el accidente, pero decirle algo más sería inventar. Sólo puedo decirle que Julián era un magnífico conductor. Jamás tuvo un choque o una multa por infracción. Su carpeta del seguro del auto de los últimos diez años está sin manchas. No estaba borracho ni mucho menos, habrá que ver qué dice la pericia judicial. Tal vez una cubierta, no sé qué decir.


II

Yo lo vi todo. Puedo contarle con lujos de detalles todo lo qué pasó, antes, durante y después de esa fiesta. Y toda la culpa la tiene esa mujer, esa Rosalía de la que tanto le gusta hablar a mi marido. Es linda, ya sé, inteligente, culta, atrae a cualquiera, pero ya la quisiera ver lidiando con la casa y con los chicos y teniendo como tengo la ropa impecable a un marido que vive de reunión en reunión, exigente en la limpieza, en los olores, en la comida. De él no tengo nada que decir, es un buen padre y un excelente esposo, excelente. A Julián lo conocía bien, un buen muchacho, trabajador, no se metía con nadie. En la época que trabajamos juntos hasta sentía una cierta atracción por él. Estaba en la sección de venta al público y yo lo veía desde mi oficina de telefonista. Ya en aquel entonces solía llamarlo Rosalía. Y él se ponía como loco. Me pareció que estaba enamorado de ella, por eso lo borré de mi corazón. Cuando apareció Esteban me deslumbró. Es una persona cálida, de buen trato, considerado con sus inferiores. Venía de la Capital y pasó por los mejores colegios. No me negué a sus insinuaciones y se ve que halló en mí lo que buscaba de una esposa. Nunca más fui a la empresa. Si usted viera la bodega que tenemos, con los mejores vinos. Cuando está de noche en casa, pocas veces, es cierto, enciende sus habanos cubanos y verdaderamente me siento orgullosa de ser su esposa. Sabe tanto que una se puede quedar horas escuchándolo embobada. Para mí, con lo que me da y los hijos que tengo nada más me importa. Fíjese en este detalle, apenas subimos al coche para regresar, me indicó que me colocara el cinturón de seguridad y él también se lo puso, eso nos salvó y podemos contar el cuento más allá de las quebraduras y magullones. Se da cuenta cómo él piensa en todo, aunque haya tomado más de la cuenta.

A mí me pareció excelente la idea de ir al restoran. No lo conocía, en realidad salimos poco con mi marido y aparte de querer volverlo a ver a Julián estaba un poquito intrigada por esta tal Rosalía que a mi marido no se le cae de la boca. Me encargué de comprarles el regalo de aniversario, una cadenita de oro para ella y un reloj de marca para él, hice una torta que es mi especialidad, me compré ropa para la ocasión aunque por desgracia me apretaba tanto durante la velada que no quise levantarme siquiera para ir a bailar. Las comparaciones son odiosas pero Rosalía, debo reconocerlo, estaba impecable con un enterito negro que mostraba su cuerpo cuidado.

Yo estaba fascinada con el lugar. Cuando Esteban me invitó a bailar, lo deseché. Tampoco quiso salir Julián así que se fueron su mujer y mi marido y entretanto hablamos con mi antiguo compañero. Estaba inquieto, miraba a cada rato hacia la pista de baile y yo también, pero los veíamos reírse, tomar, bailando sueltos, en realidad todos los que estaban bailando jugaban y se reían. Cuando desaparecieron de nuestra vista, la cara de Julián se transformó. Yo, para tranquilizarlo, le confesé que había sido mi amor secreto y que me alegraba muchísimo su ascenso en la empresa. Sin embargo, él no me prestaba atención. En un momento se levantó, diciéndome que iba al baño, pero yo me di cuenta que era otro su propósito. Volvió como a los diez minutos y no me dijo una sola palabra más. Me di cuenta de qué se trataba. Por mi parte poco me importaba porque yo soy una agradecida de la vida. Me pidió un cigarrillo y como yo no fumo me levanté y le pedí uno a un mozo. Pareció que se tranquilizaba. Cuando volvieron los bailarines, Julián se levantó y con voz firme dijo, ya es tarde, vamos. En el estacionamiento, Julián se despidió de mí con un beso antes de subir. Vi una flecha que decía salida pero él tomó para el otro lado. No iba fuerte, unos cien o doscientos metros de tierra y subimos a la ruta. Ahora sé que emprendió la marcha en dirección contraria a la ciudad. Para mí era lo mismo porque no tenía idea de dónde estábamos. Habremos andado unos kilómetros, no sé, Rosalía apoyó su cabeza en el hombro de él, íbamos despacio, se veían las luces de los barrios de la ciudad, pero nadie hablaba. Esteban dormitaba. Yo iba atenta a los movimientos de la ruta. Vi venir un vehículo con las luces que encandilaban. Me parece que Julián hizo unas señas porque el otro le respondió subiendo y bajando las luces. Me pareció que nuestro coche se había ido para la otra mano, mientras el camión subía y bajaba las luces de una manera arrebatada. Escuché como una frenada y después el golpe. Julián salió despedido por el parabrisas mientras la trompa del coche se metía debajo del camión. Yo pude bajarme por mis propios medios y ayudé a sacar a Rosalía de entre un infierno de hierros y vidrios. Esteban estaba aturdido, alcanzó a salir pero no podía moverse. Al ratito llegó la ambulancia y nos trajo hasta aquí. Sé que Julián murió en el acto, tal vez es lo que quería.



III

Lamento, señora, lo ocurrido, no hay palabras de consuelo. Esperamos hasta hoy que ya está fuera de peligro, para tomarle su declaración y poder cerrar así el caso del accidente. El matrimonio amigo ya fue dado de alta y ambos expusieron su visión de los hechos. No se esfuerce, hábleme de lo que recuerde o de lo que tenga voluntad de contar. Más adelante podremos reconstruir todo lo sucedido. Su nombre es Rosalía ¿verdad?

Sí, Rosalía Lespada. Aún no puedo creer lo que sucedió. Tanto el leído sobre accidentes y muertes y sin embargo cuando le toca a uno no tiene explicaciones ni consuelos. Sé que me repondré, me conozco, pero esto no es lo que más le interesa a usted.

Cuénteme de esa noche.

Yo sabía de lo peligroso de esa ruta a la noche. Sabía que Rocas Rosas tuvo que hacer ingentes trámites para que lo habilitaran. El lugar me lo sugirió Esteban, nuestro jefe en la empresa. Él lo conocía y le pareció ideal para festejar nuestro aniversario de casados. Los pasamos a buscar por su casa con el vehículo que utilizaba mi marido para sus viajes al norte, un coche hermoso que le regaló la empresa en mérito a su dedicación. Era la primera vez que compartíamos una fiesta con ellos. Cenamos distendidos, hasta felices, Esteban es conocedor de comidas y vinos, así que nos sugirió lo mejor de la carta. A mí me gusta el vino y ese era irresistible. Griselda, la mujer de Esteban, dicho sea de paso recién la conocí esa noche, tomó geseosa y agua mineral. Julián bebió poco, a pesar de las insistencias de Esteban y de los constantes brindis por el aniversario. El siempre fue medido con la bebida. Acostumbrado a viajar no tomaba nunca. Incluso en casa, cuando hace... hacía el asado del domingo un vaso apenas y le agregaba soda y a mí me daba un poco de bronca que maltratara de esa manera el buen vino que le había comprado, recomendado por Esteban. Tomamos dos botellas de un cabernet especial. Y vino el Champagne, con una torta sorpresa y regalos. Yo estaba feliz, un poco mareada, sí, pero muy cariñosa con Julián. Propuse que saliéramos a bailar. Julián no quiso, nunca le gustó el baile, Griselda se excuso por lo apretado de su ropa y el calor, así que fuimos a la pista con Esteban. Bailamos un largo rato, no recuerdo muy bien, estaba un poco aturdida.

¿Sólo bailaron?

Sí. Tomamos lo que nos ofrecían los mozos. Bailamos lentos, también. Cuando volvimos a la mesa, Julián dijo que ya era demasiado tarde y debíamos irnos. A pesar de nuestros ruegos, nos levantamos y salimos.

No se por qué, pero Julián estaba serio. Desde la playa de estacionamiento, en vez de tomar el camino de tierra lateral, que es la salida obligada desde la confitería, salió directamente hacia la ruta. Nada le dijimos porque conocíamos su prudencia. Me sorprendí cuando en lugar de tomar la ruta hacia la ciudad salimos hacia el otro lado. Aún mareada pensé que quería dar una vuelta por la circunvalación, como algunas veces lo hemos hecho de noche, se ve tan linda la ciudad, así que le tomé la mano, acariciándolo, y me apoyé en su hombro. Alcancé a ver como se cruzaba de carril y las luces del camión o colectivo me enceguecieron. Y no recuerdo más nada.

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