Una tarde de otoño bajo los plátanos



POR QU
É SE ME CRUZA LA TARDE BAJO LOS PLÁTANOS de la ciudad universitaria, porque pude no haber ido a la cita, ni sé si era una cita, no había compromiso alguno, recuerdo que del otro lado estaban reclutando adeptos para una causa y yo habría sido uno de los seleccionados, vaya uno a saber por qué, si pasaba la vida en silencio, apenas si mostraba algún logro académico, ni siquiera un triunfo amoroso, o una gesta deportiva. Nada. Pude no haber ido, para continuar con mis sueños de libertad, de andar la vida por ahí, transgrediendo tranqueras, distanciándome de la normalidad, ausente de los movimientos que alrededor me empujaban a la fragua, pude no haber ido, y no tenía obligación de hacerlo. Más aún, diré que ni siquiera se haba concertado tal cita, es posible que haya sido apenas un hecho circunstancial, un avatar de esos que nos ofrece a diario la vida, que no era la diosa Ocaccio que venía a decirme que aprovechara el momento que no me vería en otra, no. Tampoco la parca exagerada que venía a recordarme la hora cumplida, la fatalidad, trepa el muro y bésala, es tu última oportunidad, no te demores porque el tiempo corre, canción del enamorado y la muerte, no sé por qué se me haba cruzado la muerte después del enamoramiento y el desplante. Pero ahí estaba ella, cerca del lugar habitual donde el encuentro hubiera sido normal, hubiera sido un como todos los días, un saludo con la mano y cada cual a seguir con sus cosas, andaba por ahí, con la cabeza llena de filosoas y números, de escapes y búsquedas, andaba por el mundo un tanto desorientado, por ahí, Woodstock y el Che imperaban, marcaban las conductas, el humo dulce del cannabis y la densa humareda de la barricada, pancartas con el símbolo de la paz y la silueta del hombre nuevo. Esas dos maneras de encontrar una primera respuesta a lo que me tenía ahí expectante, en qué se transformaría mi vida. Pude pasar de largo, tomar por otro de los senderos de ladrillo molido y seguir rumbo a la cantina, a la biblioteca, a la parada del colectivo, o volverme a casa. Sí, claro, podría pasar después, nadie lo sabe, pero pasó ahí y sobre eso no se pueden cambiar los cómputos, esta ahí como una hora prefijada, un avatar, una casualidad o el destino marcado, cada cual puede armar el rompecabezas que se le antoje, pero ella estaba ahí, como esperándome, y fue una orden, no hubo espacio para la reflexión, postergar para mañana. No hubo instancia de discusión, nada. Fue una intimidación, clara, contundente: no es posible ir por dos caminos simultáneamente: o es éste o es éste otro, así que elegís, por cual querés seguir porque éste te conduce a la destrucción y éste otro te puede salvar y llevarte a la gloria. Digamos, para ser sinceros, que no elegí el de la gloria.
Me arrojé al otro, o me llevó, me sumergió, ya todos lo conocen, me vino trayendo a su antojo y ya no cabe arrepentirse: fue éste y no el otro. Elegí. No sé por qué no puedo olvidarme de esa tarde otoñal bajo los árboles plateados cuando ella, con las palmas hacia el cielo me mostraba los rumbos. Qué hubiera sido si tomaba el otro camino. Tal vez a esta historia podríamos leerla al revés.


 

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