Estás jodido, Ezequiel

 



ESTÁS JODIDO, EZEQUIEL. AHORA SÍ QUE ESTÁS JODIDO. No te queda más que ponerte a rezar y esta agua que me quiere tragar. Cuánta agua habrá hacia abajo, apenas si me alcanzó el aire para salir del fondo. ¿Llegué al fondo? ¿habré tocado fondo? ¿toqué fondo alguna vez? Cómo me duele la cabeza, toda la cabeza pero no sentí un golpe, será que allá abajo quiso explotar, será que el susto me levanto a mil la tensión. Tendré que flotar, mantenerme, hacer la plancha, cuánto aguantaré, ¿aguantaré?

Oigo como un gorjeo del agua allá abajo y el grito chillón de los jotes allá arriba. Alcanzo a ver el fogonazo de un aleteo negro sobre la boca del pozo. Hasta aquí no vendrán a arrancarme los ojos, estoy salvado.

Voy a gritar. ¿Qué grito? ¿socorro? ¡Socorro! Qué estúpido. El eco me devuelve sonidos redondos. Qué lejos está el cielo, inalcanzable, bueno, siempre el cielo fue inalcanzable, pero ahora el azul se va apagando, como si lo tiñeran, se hace morado, se va haciendo negro, hará más noche la noche de mi vida. Qué noche me espera y para qué querré que vuelva el día si nadie sabe que estoy aquí, si nadie me espera allá arriba. Mejor quedarme aquí, dormirme. El frío no me pesa, no lo siento, mientras flote el tiempo estará detenido. Ahora es oscuridad silencio ya ni sé si aún el corazón bombea vida o si lo oscuro es mi ánimo. Veo una luz ¿o la imagino?, no, se refleja en el agua, se ondula se ahoga se pierde, una linterna que se sumerge buscando una señal. Pero es una estrella ausente y desentendida de mí. ¿Cómo fue? Retrocedía, buscaba el ángulo justo de la luz para atrapar de una sola vez el marrón de las sierras, el blanco de las caries de las montañas, el verde del pastizal y el trozo azul del lago...la moneda del futuro, agua, ahora me traga, me quiere llevar al fondo y después dejarme sobre la superficie hasta que me pudra. ¿Qué pasa con un cuerpo que muere en el agua, se queda ahí o se va, se sumerge…?

Y reculé… reculé hasta que la cámara soltó un flash y mi cuerpo se hizo bulto hundiéndose hasta el golpe adormecedor, vuelo libre para estamparme en el agua. La cámara estará al fondo, de qué me sirve. La plata, los cigarrillos, el encendedor, los documentos, bueno, morirán conmigo, serán mis despojos. Pero…¡el cuchillo!, ahí lo siento, en el costado, yo y el cuchillo en el pozo, un hombre y un cuchillo, lindo título para una película de terror.

Y el cielo en la lejanía del infinito y el cuchillo que comienza a horadar la tosca. Apoyo mi hombro sobre la superficie terrosa, con babas con musgos, resbalo y apuñalo el cuerpo enorme y lo sangro en cascotes, que se hunden. Apuñalo y es como un fuego que enciende mis brazos y me ilusiono con una cueva que me seque me duerma me descanse hasta que llegue la luz si es que la luz volverá y alguien me salva. Qué harán con mi ausencia, por dónde iniciarán la búsqueda. Y después un silencio mortal si es que la muerte es acaso solo silencio. Y el filo se hunde en la panza, despoja terrones que ya dejan ahuecar mi mano en sus entrañas tal vez lo sueñe, lo ilusione no veo mis manos y me aferro al mango que no se me escape, que soy hombre muerto que un poco más y entrarán las dos manos y me sostendré y será más fácil cavar y cavar hasta encontrar el nido la cama para esperar el milagro.

Me corté solo, me creí que solo podía salvarme, que los demás no importan y ahora sí que importan, que los demás no están porque no he estado nunca con los demás y esta caída inesperada. Sobreviviré por mi ingenio, por mi fuerza, si acaso vale la pena vivir, pregunta que no me he formulado aún, tengo razones para salvarme o acaso este es el fin inexorable, es el mismo fin que me busqué en el aislamiento, la soledad, en no esperar nada de nadie, un tilingo que creyó que todo se me debía a mí mismo, que el resto es apenas objeto de un paisaje móvil y ahora ya es tarde o por lo menos no tengo todo el tiempo del mundo para tomar una decisión. Esto debe ser llorar, desangrarse, que yo sea capaz de rezar, de implorar, porque nunca pensé que lo necesitaría, y pasan sombras y alas que me pinchan, tienen la cara de los que sofoqué, mis desplantes, esas sonrisas ligeras, que se esfuman con la luz del día, así me llega la noche, con todo el sentido de la palabra, te llega la noche, Ezequiel, te llega el silencio, ya no hay manera y sin embargo un desmoronamiento pequeño, un ruidito que se forma con una piedra que cae desde arriba, cuántos metros, cinco o seis, no está tan lejos, seis metros, o tal vez menos, parecen más pero si acaso puedo sobrevivir, la vida me ha puesto a prueba y quedan dos alternativas inapelables, que una es la más fácil, arrojar el cuchillo, ni falta hace clavárselo, dejarme estar abajo y que exploten los pulmones; y la otra es recobrar energías, dos opciones, la tosca es relativamente blanda, casi con las manos puedo ahuecar la pared pero con el cuchillo la cosa se hace más fácil, poder hacer un nido, cobijarme en un nido en la tierra y desde ahí descansar, esperar el día, ahí sí gritar por las dudas, sin desesperarse, pero la vida en fogonazos me pasa factura no me disculpa nada, me pone como en el juicio final cada una de las atrocidades cometidas, como un despertar, aunque no termino de hacerme cargo, mi ingenio me salvará. Cavo y cavo, el cuchillo se le me ha ido al fondo, no hay manera de intentar un rescate, no alcanza, la tosca se hace dura o las manos se gastan, se gastan, y giran las luces del día es un foco que me pega en los ojos, azul, blanco, imagino voces que me vienen a rescatar, voces que se apagan, ruidos que cesan tal vez sea ya el silencio de mi muerte.

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