El Gurka, a secas. Un apodo si no adecuado, cercano, que le pegaba en
el palo. El guerrero de Nepal que desde tiempos inmemoriales integra las
fuerzas de la Corona Británica. Estuvieron en Malvinas, como lo estuvo el Gurka
y en torno a ellos se tejieron innumerables historias, a la cual menos creíble,
que se difundieron y calaron hondo y se los tuvo como los más asesinos, los
mercenarios, los impiadosos y, a juzgar por los testimonios más creíbles, se
trata de hombres preparados físicamente para luchar en las peores condiciones,
con una disciplina y valor incalculable. A tal punto que se duda si acaso
intervinieron en la guerra de las islas.
Al margen, por qué el apodo al Alfredo
López tiene que ver con los valores más excelsos de esa fuerza de choque, un
entrenamiento magistral, capaz de correr toda la cancha del futbol con la
brutalidad de alguien que llegará a la meta cueste lo que cueste, arrastrando
rivales y en los forcejeos siempre con la pierna fuerte, duro, aunque con la
lealtad del combatiente, que no hubo golpes arteros, patadas o puñetazos en el
aire.
No se podría decir que era un excelente
jugador, sí un defensor implacable y pasaría la pelota, pero el rival quedará
tronchado en su cuerpo duro, macizo, aunque no corpulento. Un cuerpo trabajado
en maratones, en ejercicios físicos diarios, en jugar dos o tres partidos cada
sábado, yendo de una liga amateur a la otra, o a algún campeonato relámpago,
siempre requerido porque aún en un tercer partido, ya anocheciendo, el Gurka
respiraba energía, solidez, no arrugaba nunca. Alguna vez se encontró con la
horma de su zapato y voló por los aires en una embestida en las cercanías del
área rival, se iba hacia un gol consagratorio, pero chocó con otra mole y fue
el desparramo. Se levantó, se sacudió, aunque esa vez quedó averiado y por
varias semanas perdimos su figura en las distintas canchas o campeonatos de la
ciudad. De conceptos implacables, agresivos hacia el compañero descalificando las
flaquezas, él era pura sangre, pura fibra, el resto mantequita. No había
partido en que no le volara la tarjeta amarilla
y cada tres o cuatro llegaba la roja o la acumulación de amarillas que lo
dejaban afuera en una Liga, aunque tenía registro en otros equipos de otras Ligas
y donde fuera sería titular, quién podría dejarlo en el banco.
Fuera de ahí, en la calle, en la mesa
del asado, era otro tipo, sonriente, amable, un empleado municipal que repartía en horas extras cedulones por
los barrios, perteneciente al grupo de ex combatientes Virgen del Milagro,
padre de familia amoroso, un hombre vestido siempre impecable, con algún
vehículo de última generación porque
sería un ser cuidadoso en sus gastos, medido y no se le conocen trapisondas,
alcohol, consumos o cigarrillos, cosas fuera de lugar, todo estará referido a
su comportamiento en el campo de juego.
Y él tuvo el honor, la suerte de volver
una vez a las Islas y contó su experiencia y desde siempre, por saberlo ex
combatiente hubo hacia él un respeto silencioso aunque se renegara de sus
desplantes, los gritos, sus brutas acciones en el campo futbolero. Gurka así,
enérgico, de elite, sin caer en los atributos inventados a ese cuerpo que se
distinguía de lejos del resto de los soldados ingleses precisamente por su
preparación física y su vocación de ir hasta las últimas consecuencias, y
convengamos con las armas disponibles, sin salirse de los libretos consagrados.
Claro que, así como los milicos atribuían a sus crímenes de genocidas como
excesos de la tropa, así el Gurka cometía excesos, una pierna fuerte, un
empujón innecesario, un irse a las manos por cualquier cosa y dejarnos con un
hombre menos, tomando el bolsito para irse del predio sin siquiera pedir
disculpas, acelerando su vehículo peligrosamente.
Pronto volvería, el sábado siguiente, se
sentaría entre nosotros, una broma y nuevamente sería titular porque el partido
requirió tipos con la fuerza y la presencia del Alfredo López. Maratonista,
competidor en distintas disciplinas, vivió al extremo, al límite.
Una
tarde cualquiera en una cancha, el corazón, agravado por un Chagas
inconcebible, le dijo basta y no hubo manera de detener su ida.
Nos dejó el Gurka y nadie que lo haya
conocido puede decir que esta semblanza carece de veracidad. Falta mucho,
muchísimo para poner, para contar sobre un hombre que murió joven enarbolando
un mote de la guerra de Malvinas siendo él uno de los tantos jóvenes que lo
llevaron a pelear como soldado y quedó con averías psicológicas que lo llevaron
a poner siempre todo sin medir las consecuencias.
Así se fue el Gurka, en el entretiempo
del que sería su última batalla en la vida, se sintió mal, se desvaneció, llegó
de inmediato la ambulancia, pero el corazón se le había explotado y se fue como
si se le hubiera acabado el combustible vital que lo sostuvo desde Malvinas
hasta esa tarde de tristeza para el futbol de las Ligas de la ciudad.
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