Antonio Tito Basso

De esos tipos que inexorablemente se transforman en personajes, en paradigmas. Esos seres distintos que tienen alguna característica, una virtud, alguna capacidad como para destacarse del resto. Lo de él, lo que lo atravesó toda la vida fue su mente creativa, su mente inventiva, eso que puede llevar a calificar a alguien de inventor. No de historias ni de artefactos ingeniosos, no productos que emergen del uso de instrumentos sofisticados, de aparatología de avanzada, de grandes descubrimientos a partir de estudios, de lecturas. Podemos resumirlo en una mente práctica, una capacidad de canalizar su ingenio o inteligencia en una herramienta para extraer petróleo, es otra para cerrar un pozo y en máquinas cuyo valor monetario se cotizaba en dólares y le permitieron disfrutar, conocer mundo y estar en el pináculo de la gloria, aunque siempre a los tumbos por la carencia del otro sentido necesario para cerrar el círculo; previsión, ordenamiento, cuidado, consolidar todo con actos legales. Pero eso sería lo de menos, porque cuando ya llega el declive no hay renuncia, persiste, no se sabe qué ni para quién, poco importa, pero cuando uno ve que ha montado como un triunfo una mesa de dibujo en una habitación vacía, con un lápiz , regla y papel seguir  volcando inventos en trazos con un corazón averiado, atravesado, con una familia  compleja, con una disminución del pensamiento sereno, certero, ganador, en fin, lo traemos desde allá, desde la Córdoba setentista, como un contacto estudiantil, viviendo en una casa de barrio, trabajando para subsistir, con muchas dificultades como para encarar una educación formal, lejos de la ortografía, de lo formal, un inventor que de tener una amanuense a su lado hoy estaríamos no hablando de él porque andaría en la nubes del poder, más allá de su mirada progresista del mundo, aunque no se le conoce una militancia puntual en nada.

Pasaron muchísimos años hasta volver a vernos, casi como si fuéramos amigos y en realidad fue apenas un par de veces que nos vimos. Sin embargo, hubo como un reencuentro más imponente que lo posible, fue su invitación a sus cincuenta, siempre recordable por no poder ir por el famoso cólico intestinal, o sea, estamos hablando de antes del 2000, otra época, él en la gloria, con todo a su alcance, con conceptos elevados, desde arriba, y estaba bien, con cualquiera de esas máquinas y con las relaciones en el petróleo él podía ser Gardel.

Fu después de eso que se consolida una relación afectiva, que crece hasta la amistad,  por coincidencias de miradas, de proyectos, y se da la instalación en las sierras, se da un viaje a sur, se dan salidas de viajes compartidos encuentros domingueros o entre semana en uno otro lugar y se lo puede colocar en el podio de la amistad, con todo lo que implica un amigo, que no cumple con eso de encontrar en el otro a alguien que te va a dar la justa, apenas un compartir ideas, momentos, gustos y con eso convertirse en lo mejor que se tiene y valorarlo a su altura.

 

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