Carlos Giorgis

Éramos jóvenes, recién salidos de la adolescencia y ya en la universidad, ya con una explosión social como el Cordobazo, retornar a la ciudad los fines de semana o en vacaciones durante esos años 69/70 era para rodearse de gente con inquietudes culturales, políticas, sociales, las relaciones propias de una vida que se iniciaba marcada a fuego por los acontecimientos del mayo cordobés. Ya habíamos dejado de tener los mismos amigos con Oscar, salvo lo afectivo sentimental, las relaciones con grupos de amigas que dio nacimiento al primer noviazgo serio, el primer dolor de corazón y entonces estaban los amigos de bowling, los conocidos de Rafael,  de Juan Longhini, del Mario Gallini, de Dante Bedosti, de gente que cantaba, hacía música, pintaba, dibujaba. Cómo llegó Carlos a mi vida pudo ser en cualquiera de estos entrecruces porque lo cierto es que sabíamos de su accidente en auto, que hubo heridos graves, eran amigas de la novia de Rafael, era el novio de la Guilli, gente intelectuales y artistas en ciernes. Por eso cuando organizamos el viaje de mochileros con Rafael quien se nos sumaría sería este Carlos, Carlitos, que, con el accidente reciente, sus temores a andar en vehículos, nos juntaríamos en Buenos Aires, iría en tren, o en colectivo. Lo esperamos un par de días, pero nunca llegó. Y me queda la sensación de estar esperando a un amigo, o sea, no era indiferente, quiere decir que ya lo considerábamos como parte de nuestra vida.  Ahí quedó, no pasó de ese intento. Con el retorno del viaje pudo haber algún contacto pero ya se lanzaba otra existencia, vinieron los tiempos de la dictadura, los años de cárcel y recién volveríamos a encontrarnos cuando en el acercamiento con Juan pro el taller de serigrafía, ya Carlitos era un eferente del dibujo, ya había exposiciones conjuntas con Juan, un taller de dibujo con grosso y la compra de algunas de sus reproducciones y charlas  profundas, en torno a esa comunidad de artistas que convocaban Juan, Carlos y los tantos notables. Después vinieron algunos trazos para un libro, la cercanía de viviendas con su rodar hacia el abismo, separado, con reos de compañía, con todos los consumos de sustancias o licores que lo llevó a la ruptura con pinceles y lápices, una distancia atroz, no por nada ocurrió algo similar con el Giro, sobrevivir, dar algunas clases, cuidarse al extremo, alejado de todo lo que pudiera llevarlo puesto, un resignado un histórico que ya no volvería a las lides y así, en medio de esta pandemia criminal reciente, también se fue, porque ya su organismo había quedado herido seriamente. Ahora hay como un necesario reconocimiento a su genialidad, y hemos dispuesto todo lo que nos quedó de él por las dudas que hubiera algo original, para esa muestra que seguramente pondrá su nombre en el candelero de los más grandes artistas de la ciudad.

 

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