La sabía afiliada a la SADE, no
conocía sus escritos, hasta que un día se apersonó al taller de narrativa y mis
prevenciones quedaron en suspenso porque desde el inicio mismo del taller hubo
una mujer dócil, aunque había que ser cuidadoso en las observaciones sobre sus
textos, enamorado como el que más, que si bien tenían ingenio, gracia, eran
textos mejorables y eso es lo que pudimos hacer con muchos de ellos y quedaron,
como se dice, en una buena versión.
Cuando le propusimos incursionar en
el tema de la novela, de construir una narrativa más extensa fue contundente en
su respuesta:
—Yo ya no tengo tanto tiempo como
para abordar esfuerzos sostenidos.
Algo así. Que se quedaría en los
cuentos cortos, cortísimos, que trabajáramos por ahí, y que el escribir, el
participar en el taller le había agregado ganas y sueños a su vida. Cuando vino
la pandemia y supimos que su salud se había resquebrajado, o antes, pensamos en
dolencias naturales de los años, que no algo inminente, que así fue, de un día
para otro se la llevó a la Celia, nos quedaron sus borradores, sus intentos
risueños, su pasión por leer sus escritos y disfrutar con las muecas de risas o
de agrado de los demás. Mujer querida por todos con sus definiciones tajantes,
su manera de mirar el mundo, su presencia en todos los actos culturales o
políticos que tuvieran algo de sustento creativo, nacional, genuino, que no era
de andar en los festejos de oropeles extraños. Fans genuina de la revista La
Minga del Hospital de Día, leía en todas las presentaciones y seguramente en su
biblioteca quedaron todos los números de la revista.
No pasó desapercibida. Esa vitalidad,
esa energía simpática, ese involucrarse con las cosas la hacen recordable. Habrá
siempre alguna anécdota graciosa que la recuerde.
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