Celia Caamiña

 A la Celia la conocíamos de vista, en tantos encuentros similares porque la ideología o la política, o la mirada del mundo nos llevaba a los mismos eventos. Y ahí siempre con el compañero, el bien querido Oscar Olmedo. Parecía mucho mayor que él, una viejita con ese pelo cano en rodete, poco pelo. Sabía de su condición de docente de secundario, es posible que haya sido de filosofía. Y el primer acercamiento fue en uno de los primeros talleres que organizamos desde la SADE con el inefable Marcelo di Marco, donde la Celia, como la Noris, tuvo un encontronazo, porque no soportó que le hiciera alguna corrección a uno de sus poemas y creo que se levantó y no continuó el taller los días subsiguientes.

La sabía afiliada a la SADE, no conocía sus escritos, hasta que un día se apersonó al taller de narrativa y mis prevenciones quedaron en suspenso porque desde el inicio mismo del taller hubo una mujer dócil, aunque había que ser cuidadoso en las observaciones sobre sus textos, enamorado como el que más, que si bien tenían ingenio, gracia, eran textos mejorables y eso es lo que pudimos hacer con muchos de ellos y quedaron, como se dice, en una buena versión.

Cuando le propusimos incursionar en el tema de la novela, de construir una narrativa más extensa fue contundente en su respuesta:

 

—Yo ya no tengo tanto tiempo como para abordar esfuerzos sostenidos.

 

Algo así. Que se quedaría en los cuentos cortos, cortísimos, que trabajáramos por ahí, y que el escribir, el participar en el taller le había agregado ganas y sueños a su vida. Cuando vino la pandemia y supimos que su salud se había resquebrajado, o antes, pensamos en dolencias naturales de los años, que no algo inminente, que así fue, de un día para otro se la llevó a la Celia, nos quedaron sus borradores, sus intentos risueños, su pasión por leer sus escritos y disfrutar con las muecas de risas o de agrado de los demás. Mujer querida por todos con sus definiciones tajantes, su manera de mirar el mundo, su presencia en todos los actos culturales o políticos que tuvieran algo de sustento creativo, nacional, genuino, que no era de andar en los festejos de oropeles extraños. Fans genuina de la revista La Minga del Hospital de Día, leía en todas las presentaciones y seguramente en su biblioteca quedaron todos los números de la revista.

No pasó desapercibida. Esa vitalidad, esa energía simpática, ese involucrarse con las cosas la hacen recordable. Habrá siempre alguna anécdota graciosa que la recuerde.

 

 

 

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