Daniel Chagay

Apareció en nuestra vida como un aliado inesperado en un percance del corazón.

Apenas lo conocía, el hermano mayor de Adriana, mi primera novia. Una conquista también inesperada, porque ella estaba de novia con un muchacho de clase acomodada o entré ahí como algo que me caía del cielo. Así como llegó se fue, duró un suspiro y dejó el dolor. Daniel  se solidarizó conmigo, no podía entender  a su hermana, me consoló, él ya estaba en Córdoba, vivía en una casona con varios mendocinos, allí me alojó unos días hasta que pasó el chubasco o  se iniciaba el acomodamiento de los afectos que ocurrió cuando emprendimos el viaje de mochilero. Esos días de consuelo y contención fueron suficientes para que Daniel se quedara en un espacio del alma para siempre. En aquel entonces cursaba los últimos años de medicina, título obtenido con esfuerzo, mientras trabajaba y que ejerció con dignidad, con altruismo lo sabemos que aun hoy, quizás retirado del consultorio estará en cercanías de la gente que lo necesita. Fueron encuentros esporádicos en la doca, encuentros en su nueva casa con otros muchachos de Río Cuarto, ahí en una esquina de Nueva Córdoba, una casona en lo alto que cobijaba a todos los transeúntes de la vida. Allí circulaba la guitarra, el canto dulce de Daniel, el tipo amable, sereno, con esa sonrisa justa que convocaba al abrazo.

Eso es lo que quedó y después pasó el vendaval, él no tuvo inconvenientes o por lo menos no pasó por situaciones de persecución fue ya en épocas de la democracia renacida que volvimos a vernos. Fuimos alguna vez a su casa, con su mujer simple, frágil, sus hijos, a su clínica, su ser el médico del pueblo, sus veleidades poéticas que nos permitió algún acercamiento. Hubo algunos intercambios, nada más, un par de encuentros en alguna feria del libro, no saber más nada, alguna respuesta por un mensaje de salutación, agradecido, retribuido del mismo modo, queda en ese lugar sin poder decir mucho más, que si se lo pone acá es porque ocupa esos espacios que no pueden ser ocupados por nadie, un sitial preferencial en el cariño, en el respeto y en ese saber que hay un cariño recíproco, permanente.

Uno lo piensa, se esmera por definir la amistad, busca los amigos  los cuenta, aunque eso amigos apenas si son un recuerdo, una presencia lejana, ni un llamado para el cumpleaños, ni un encuentro esporádico de tanto en tanto. Sin embargo, cuando se hace la enumeración de los amigos aparece nítido el Daniel, como si fuera un tesoro del que uno no quiere desprenderse jamás.

Quizás sean así las cosas más importantes de la vida, que no significan almidonarse, embardunarse de abrazos o saludos, quizás queden ahí en el limbo de la memoria en ese sitial del que nadie vendrá a desplazarlo. Que lo sepa o no lo sepa poco importa, solo que queda acá entre los personajes queribles sin una muesca de dudas, sin nada para reprochar sin ninguna agachada para ocultar.

 

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