Don Onofrio

No tiene ninguna trascendencia; apenas una fugaz presencia en nuestra infancia, ocupando con su familia una casa sencilla, del otro lado de la calle de tierra que dividía la quinta de Roldán, allá en el barrio Las Ferias. Vivía con su mujer y la hija, de nuestra edad, quizás más chica. A él acudí sonámbulo en busca de ayuda por la ropa que le habían ensuciado a la lavandera en el sueño. Gente mala le había tirado el canato de ropa limpia y la pisaron, la embarraron. Esa fue la pesadilla después del castigo de siesta obligada  que tuvimos con mi hermano por la travesura en las montañas de cáscaras de girasol y las consiguientes manchas y deterioro de la ropa. Por lo demás, no podríamos precisar si tenía otro objeto que ser cuidador de la casa o estaba adscripto a las tareas rurales en el predio de Roldán, por lo demás apenas un par de hectáreas, al menos eso es lo que siempre creímos. Pero su presencia de hombre de trabajo, con ropa típica de un trabajador, bombachas de Grafa y alpargatas, nos enteró de su pasado de boxeador, posiblemente de la provincia de Buenos Aires, que había ganado varias peleas y la última, definitiva, lo sacaron en camillas, algo así y se notaba su musculatura hecha en largas jornadas de gimnasio y entrenamiento. Tal vez quedó por ese nombre raro, único, nunca más lo escuché o lo leí y tampoco puedo decir de la suerte de don Onofrio y su familia.  Alguna vez inventé un personaje: Onofrio Corvalán, con sus características físicas, como homenaje a ese ser que apenas cruzó por nuestras vidas, pero quedó como si su paso hubiera tenido mayor trascendencia. Nos fuimos de la casa cercana a la suya y lo perdimos de vista, solo que quedó ahí, ocupando ese espacio que también ocupó la Nona Rafaela con don Luis, hasta que el Parkinson la llevó nuevamente a la ciudad.

 

 

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