Hombre querible, de esos que se deprenden, se desentienden los familiares
porque son de pocas luces, y Vitale pasó a ser peón en un campo, en tareas que
no implicaran cuestiones de pensarlas, sino de hacer lo que el patrón manda.
Por eso se lo ve ahí manejando el sulki hacia el pueblo llevando a las niñas,
lejos, pegadito al costado del asiento no sea cosa que se la toque a la niña,
que eso no se hace ni aunque estuviera loco. Después de la muerte del patrón
pasó a ser el ayudante de la viuda y ahí sí que se las tuvo que ver en
figurillas, porque la viuda era exigente y el maltrato hubiera costado una
denuncia, pero qué podía hacer el hombre, obedecer y aceptar que es lo único
que aprendió en la vida y de vez en cuando robarle un trago de vino de la
heladera cuando la patrona se descuidaba.
No se puede atestiguar un golpe, pero es posible que la mujer en su lucidez
no haya soportado tanta inocencia en esa pobre criatura desvalida y lo haya
sometido a malas palabras, a mandados imposibles, porque el hombre no alcanzaba
a discernir más allá de la obediencia.
Allá vivía, en la pieza del fondo del largo patio, con el baño a veinte
metros de la construcción del frente, allí se bañaba alguna vez y le hacía los
mandados a la patrona, lo mínimo que podría hacer un hombre de pocas luces.
Sabíamos de una hermana, de un sobrino popularmente reconocido, alguna vez lo
fueron a buscar y lo retornaron por la tarde. No se le recuerdan enfermedades,
es así, mejor no saber, no conocer las cosas absurdas que le hacía esta mujer
que lo tomaba como un sirviente al que se le podía decir o hacer cualquier
cosa. Siempre con la sonrisa puesta y el cariño expresado en los ojos para los
nietos y nietas de la dueña, y como recuerdos, atendiendo a la niña de la
patrona sirviéndole mates hasta el cansancio mientras la niña estudiaba.
Persona más obediente, más silenciosa, terminó sus años rodeado del afecto
de otros como él, ahí pasó en el Hogar municipal de Sampacho sirviéndoles mates
a todos porque ni siquiera podía participar en algún juego de cartas o quedarse
viendo la tele. El recuerdo es bueno, es noble, esos personajes que en la vida
son para servir a otros, para vivir de prestado, tal vez algún aporte, una jubilación
por invalidez, nada más, que ni una sola acción por sí, un niño obediente que
pasó dejando una sonrisa en el recuerdo de todos. La última vez que lo vimos
estaba redondo, rechoncho, comería de todo, siempre cebando mates a sus
compañeros de hogar, sin los dientes, pero el rictus de alegría, de bienestar
nos decía que había encontrado el mejor lugar para sus últimos días. De solo
mencionar la posibilidad de volver a la casa de su patrona se ponía rojo,
nervioso, hasta que comprendía, vaya uno a saber si eso lo alcanzaba, que se
trataba solo de una broma. Queda como esos niños grandes buenos que uno sabe
que es un alma limpia, que no es capaz de hacer daño a nadie y que puede ser un
estropajo si cae en manos de seres necios. No es para juzgarla a la patrona,
ella hizo con él probablemente mucho de lo que hicieron con ella cuando niña,
sirvienta de los mandados de otros, cuidadora de sus hermanos menores como una
hija ilegítima, o de un standard diferente al resto.
Tantas anécdotas risueñas que nos dejó. Aquella vez que le mandamos a sacar
bolsas la basura del taller de la calle 9 de julio y el hombre arrasó con otras
bolsas, una de ellas contenía decenas de camisas de graffa para imprimirles una
marca y tuvimos que reponerlas con el consiguiente costo. O las orquídeas que
dice doña Catalina que el hombre le arruinó; al final, podíamos dejarle a su
cuidado a nuestros hijos pequeños y él siempre estará en la mesa familiar de
los domingos como uno más. Como ese ser que permanece en la inocencia incapaz
de cometer alguna falta grave o faltarle el respeto ni al que se lo mereciera.
Comentarios
Publicar un comentario