Un emblema del arbitraje riocuartense. Es posible que además de ser un
árbitro de primera, que quizás haya sido nominado para dirigir algún partido a
nivel nacional, sin duda era una autoridad y por mucho tiempo presidente de una
de las Asociaciones de Árbitros de la ciudad, siempre ellos en disputa y
divididos, sobre todo cuando ya quedan afuera de los partidos de primera de la
Liga y sobreviven con un suplemento a sus ingresos dirigiendo los encuentros de
las ligas y campeonatos amateur que se extienden por todos los barrios de la
ciudad y pueblos aledaños. Por eso apareció como una de las primeras
asociaciones para hacerse cargo del arbitraje de la incipiente liga senior de
Las Higueras. Claro que era más sencillo conversar y acordar con él, claro que
tenía un concepto más realista de ese futbol practicado por los que ya estaban
de vuelta y les quedaba un resto para gastarlo los sábados por la tarde. No era
cuestión de sacar tarjetas a rolete, era cuestión de hablar, de calmar a los
exaltados, llamar al capitán y decirle por lo bajo que lo saque un rato al
revoltoso. Porque el Gordo era amigo de todos, era puro abrazo, puro gestos
amistosos, que venía y te decía al oído que jugués más calmo, o te felicitaba
por esa jugada sacada de la manga de los años perdidos. Por supuesto que se le
cuestionaba como a cualquier árbitro en cualquier lugar del mundo, que era
lento, que mejor hiciera de línea, que dejaba jugar, que no sacaba tarjetas,
que no seguía la pelota, y el Gordo los miraba desde arriba, desde los
escalones superiores de su gloria pasada, y ya dispuesto a dejar de una vez por
todas el arbitraje, pero era su esencia, su razón de ser, además de un sustento
económico no despreciable.
Y había otra cara del árbitro, el Rojo que conocimos en las noches del bar
en la Terminal. Vivía al frente de la Virgen en la Avda. España, ahí tenía un
bar, un negocio con su padre, algo de poca calidad, un lugar desmejorado, y el
Gordo, amigo de todos, caía por la noche a compartir ese peludo hervido, o un
asado improvisado, una partida de truco o un café, distendido, alguna charla de
futbol o de las cosas que hablan los noctámbulos. En esos años es posible que
el Luis estaba en el estrellato del arbitraje.
Ya se fue. Sí, un cuerpo exigido, poco cuidado. Es posible que haya dejado
descendencia de su sangre porque supimos de un joven de apellido similar que
andaba en cartelera.
Quedará aquí la semblanza, siempre abierta a nuevos recuerdos o noticias.
Sí, el gordo Rojo hacía parte aguas en las opiniones, pero nadie podrá decir
que el Gordo lo trató mal, todos se llevarán algún abrazo cuando ya el fragor
del partido se agotó con el silbato final.
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