El Peto Torres Vélez

Este es verdaderamente un personaje emblemático, mítico; apenas de refilón en nuestra vida, aunque dejó alguna marca porque en su torno giraba una pléyade de personajes para armar, gente del arte, la cultura, noctámbulos, incipientes hippies o reos de ciudad, reunidos en cafés oscuros, regados de ginebra, whisky, y mucha, muchísimas anfetaminas. Ahí se hablaba de pastillas mágicas, de hojas milagrosas, de polvos inspirables. Estamos aún en la segunda década de vida, recién venido o a punto de salir rumbo a Brasil y en las mesas de Xanadú, o en el bar del subsuelo de la Galería Europea nos vemos desculando el mundo, las ideas, bebiendo de las letras de los Beatles, el rock incipiente, el Ché en las selvas de Bolivia. Y el Peto, como un rey, un emir, un maestro de ceremonias, un patriarca, desde el lugar que ocupara en la mesa ejercía su influencia, su fuerza de atracción; todos los ojos y los oídos atentos a sus gestos y palabras, porque él, un músico de fuste, de renombre, servía de atracción, de ejemplo, un ser que marcaba rumbos y se enfrascaba en discusiones filosóficas, psicológicas, semánticas con otros reos de pluma o pensamiento. Allí nos vemos en una de esas noches desarmando alguna cápsula de un medicamento y separando las pastillas minúsculas en colores, y él sabía cuáles eran las que nos darían alas para entrar en otros mundos, para navegar por cielos multicolores, para quedarse hablando hasta las seis de la mañana, ya expulsados del bar, sentados en algún banco de la plaza, maravillados de las posibilidades que la vida nos ofrecía. Sí, el Peto era el capanga, el maestro, el que ya estaba de vuelta de todo, no sé si era un ejemplo o qué, pero junto a él se experimentaban sueños, se despertaban inquietudes, de lecturas, de melodías, de esculturas, relatos de la historia desconocidos u ocultos, programas de radio, películas, todo pasaba por esos filtros donde se plasmaba un mundo nuevo, con todos los artefactos que se tenían al alcance.

Un día el Peto se fue, lo sabíamos en Córdoba, que había entrado en la orquesta sinfónica de la provincia, que sobrevivía  económicamente además incorporado en alguno de los conjuntos de cuartetos cordobés que empezaba a adueñarse del espacio bailable y no supe más, seguro que supe de su muerte, vaya uno a saber, pero lo dejo pendiente para cuando nos encontremos con otro personaje memorable con quien no tuve el honor de compartir muchas experiencias, el famoso Cocó, hablaremos del Peto, él seguro que tiene infinitas anécdotas para compartirnos y mucho de ello se sintetizará y vendrán acá a completar esta semblanza  al vuelo, porque por algo el Peto quedó grabado en la memoria. 

 

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