Epílogo de la semblanza de Eduardo Riga

Las redes están al alcance de nuestras manos y fue acudir a ellas para saber algo más de Eduardo, buscar en algún perfil, intentar un nuevo contacto ya que los últimos resultaron infructuosos, o al menos no pudimos dar con él. Y al poner su nombre Google me devuelve datos impensados. En primer lugar, en qué se convirtió el espacio donde Eduardo tenía su casa de antigüedades. Un restaurante de lujo que en su descripción me precisa datos del lugar que desconocía, aunque sospechaba. Y aparecen imágenes de Don Eduardo Riga, claro, no es el muchachito que conocí en el 69. Y sigo con la indagación, cuenta lo que hubo antes, hablan de la afición de Eduardo por el tango y, como un mazazo, dice que Cecilia, la hija de Eduardo, tras su muerte decidió la venta o alquiler del lugar. Y me quedé en ese silencio de duelo, porque es otro amigo más que ya no está, que lo he tenido vivo hasta hoy, hasta recién y seguirá en la memoria con todo lo compartido, pero sabiendo que ya no está caminando por ninguna calle del mundo. Tomaremos los datos significativos de las notas. Sabía de la existencia de una hija, creo que está dicho en la semblanza de que poco o nada hablamos de la vida personal, de la familia. Lo vimos solo, sí, habló de separación y no hubo más nada detallado. Ahora que aparece su nombre completo, no sabía que además llevaba el Carlos como segundo nombre pero lo más asombroso es ver el segundo apellido, Haelterman, de origen alemán, ya lo veremos, y fue retornar al kiosco de la Rondeau, recordar a la madre y develar que era una mujer de temple, no de rasgos criollos o italianos, que Eduardo heredó su origen, aunque es un dato que me llega cuando ya no está, solo sirve para completar una biografía y ratificar lo que ya sabemos, que es muy poco lo que podemos conocer del otro, apenas esos pasajes de la vida, escasos, que nos vieron andar acollarados.

 


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