Ernesto Petizo Soppe

Queda como un personaje de la existencia, que ser personaje es por tener alguna característica distintiva y ocurre que tal vez uno se formó una idea sobre esa persona, digamos, como un ser sin agallas, de poca iniciativa, un alfeñique, encima pobre, digamos que no pintaba para ser lo que fue, en algún momento, director de un establecimiento Penitenciario. Éramos, en el secundario, los más petizos del curso, nos sentábamos en los asientos de adelante, en el segundo, y lo recuerdo sentado a mi lado y además nos gustaba el futbol, nos entendíamos en la cancha, éramos delanteros con algo de habilidad y eso nos hizo un poco más cercanos, si bien no pasamos de la amistad que se hace en un colegio. Tengo la idea de que era hincha de San Lorenzo. Jamás él vino a mi casa, o yo fui a la suya, nada sabía de su familia y él tampoco de la mía por lo que no nos podíamos considerar amigos, tal vez compinches en el colegio, en el futbol, en el recreo, sentarse en el mismo banco, ayudarnos con alguna tarea ahí mismo y si te he visto no me acuerdo. Lo único que sabía es que vivía en la misma manzana de la Nona Rafaela, cerca de la plaza Moretti, en la calle paralela a la Leyes Obreras hacia el sur.  Y como un dato intrascendente en ese tiempo, sabía que el padre era guardiacárcel. Nada me decía, quedó ahí, registrado como un dato.

Pasaron los años, una tanda de compañeros del Comercial nos fuimos hacia Córdoba, con otros perdimos el contacto y entre ellos con el Ernesto Soppe, nunca más tuve noticias. Fue necesario que pasara la dictadura genocida, que llegara la democracia y en uno de los encuentros con los compañeros del secundario supe del petizo, supe que hizo la carrera de Penitenciario, que llegó a ser el jefe, el director de la Penitenciaria de Río Cuarto. Quise saber algo más, averigüé con algunos compañeros que estuvieron en ese penal, pero no sé si me dieron alguna noticia puntual algo me quedó, que no fue de lo mejor, que tuvo un trato severo, como cualquier carcelero que elige esa profesión cuestionable.

Y ahí se hubiera acabado todo, cuando un hecho fortuito, allá por el 85, o sea unos diez años después, estando en la docta y yendo o viniendo en bondi de llevar o traer las matrices de serigrafía que aún no las hacíamos con Juan (lo hacía un colega de edad en un taller precario en cercanías del Colegio Dean Funes, donde asistió el Ché), en uno de esos viajes en colectivo lo encontré. Subió al colectivo, no me reconoció, no intercambiamos ni palabras ni miradas, quizás quedé paralizado, era demasiado reciente la cárcel como para confraternizar y me bajé en la parada correspondiente, él siguió y me queda la imagen de un hombre vencido, triste, solitario, o eso es lo que quise hacer con mi compinche del secundario, sabiendo que se había cruzado de vereda, en realidad nos cruzamos cada cual porque la vida nos llevó por ahí y no estaría mal un día encontrarlo,  encontrarnos y charlar de todo, de la cárcel para atrás, y llegar hasta el secundario, esos partidos de futbol memorables y quién te dice que haya en el fondo algún resto de coincidencias, porque lo que se logra de pequeños es posible que nos acompañe por el resto de la vida.

Pero ese encuentro no podrá ser. En los últimos encuentros con los compañeros activos del secundario alguien dejó caer su nombre y su muerte. Otro más que se nos va y nos queda con una charla pendiente

 

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