Historias de un abogado Rural, de Horaco Juárez Peñalva

Es un placer presentar este manojo de relatos de Horaco, de quien apenas si tenía mentas, de esas que circulan en los pueblos… un abogado… un poeta con su voz de cantor y su guitarra… un afincado desde siempre en la comarca.

Solo eso. Hasta la tarde que se apareció por el taller de narrativa, acá en los Oribe, y se sentó y dijo que llegaba como oyente, y se afincó y nos sorprendió con su actitud franca por asimilar lo maravilloso que ocurre en el mundo ficcional de la narrativa, el respeto por la palabra bien escrita, el lenguaje como creación artística, como belleza.  Hombre de años llevar dispuesto a aprender, enmendar, incorporar a su exquisita musicalidad natural nuevos ingredientes para exaltar su palabra poética. El alma simple o limpia de un abogado y porteño.

Y no necesitamos indagar. Bastó ver lo que hay en cada texto, esa hidalguía, ese respeto por el otro. Pasar silenciosamente, no querer agrandarse, aunque tenga méritos más que muchos para hacerlo.

Sin duda, los relatos son una selección de los casos más significativos para transmitir otra cultura, otra manera de ser, maneras que se van perdiendo inexorablemente, van mutando y vista desde unos ojos foráneos, por un decir, son, quizás, siempre los ojos del extranjero, aun cuando conviva la mayor parte de su existencia con la gente del lugar.

Hay como una distancia insalvable que este abogado porteño logra sortear sin pasarle por encima a los hombres y mujeres sensibles, sin tomarles el pelo, ni burlarse, ni querer modificar sus comportamientos ancestrales.

Este abogado es capaz de dejar de lado  usanza de leyes para resolver un conflicto que no es tal o usar el sentido común para acertar sobre la justicia de un acto.

 Lo del juzgado de paz demuestra el respeto al otro por el desconocimiento de los procedimientos judiciales y con buen tino acerca algo de justicia donde tal vez no llega nunca.

Tiene la clara intención de mezclarse con la gente, respetar su idiosincrasia, al ir conociendo sus costumbres y entender los tiempos que se toman los habitantes de la zona, la no premura en las cuestiones cotidianas; un cordero no se carnea de noche; al día siguiente todo estará como debe ser.

Quien se mete en el corazón de cada una de las historias encontrará un punto de atracción: acá es la fidelidad, allá el respeto, la ignorancia, la picardía, la solidaridad, es decir, en cada historia hay un valor que destacar y el autor lo cuenta sin interrumpir, sin darse la corte, sin ser protagonista principal, apenas un personaje que está presente y tiene la dicha de ver las transformaciones de los seres humanos cuando uno le da la mano y le abre el corazón, cuando no hay dobles intenciones y se deja que se expresen los verdaderos sentimientos.

Prefiero quedarme con ese concepto que, además, es como una devolución personal a tanto aprecio recibido. No es que por eso uno no puede hablar mal, es que es la esencia de las historias contadas, es un dar y recibir de la misma moneda y es por ahí que podemos leer estas historias, no con nostalgia por lo que ya fue, ni de lamento porque se hayan perdido, sino por lo que encierran de humano, del trato con el otro, de unas relaciones humanas que nos dignifiquen de un lado y del otro, sin sometimiento, sin menosprecio, sin arrogancia, esa humildad que trasuntan estos relatos y esa necesidad de contarlos, porque seguramente además de lo risueño, lo increíble, como la parábolas o los apólogos, nos dejan enseñanzas de vida que es, en esencia, lo que Horaco nos ha querido regalar.

 Destaco como estandarte de tantos personajes e historias la figura del “Patrón” Méndez. Cuando la palabra y los gestos del abogado logra romper la barrera de la desconfianza de un hombre mentado como bravo, dice el narrador: “El “Patrón” Méndez fue cambiando en su cara el gesto agrio inicial. Sus rasgos duros habían desaparecido y una mirada casi aniñada pero encendida, mostraba al verdadero hombre serrano. Curtido, sereno, apacible, manteniendo y defendiendo su dignidad. Único y honorable tesoro que poseen los hombres simples. Los hombres íntegros.”

Apenas si hacemos una alusión tangencial a la cuestión técnica, ni vale la pena.

Nos detenemos en las enseñanzas, en el propósito, en el testimonio (ahora es él el testigo), dice lo que ve, lo que conoce, interpreta, siempre con la humildad de quien se sabe observado, con desconfianza, con distancia, hasta que se rompe con el mate en rueda y se abre la boca y se dicen cosas,  se expresa el alma pura de los simples, de los que están en pleno contacto con la tierra, que saben del valor del trabajo, de sus manos, de la amistad, del nombre, el respeto y es por ahí donde trascurren todas las historias, que, por el tiempo desde sus orígenes deben ser cientos o miles, muchas que quedaron en su secreto profesional, en casi un secreto de confesión, otras risueñas, terribles, increíbles, pero lo cierto es que ninguna es tomada para la broma, tan costumbre del que se cree por encima del resto y les habla desde arriba del caballo y pontifica, y dice, y juzga.

Bueno, acá tenemos la contracara, un abogado humano y un porteño humilde, si acaso vale esta definición para sintetizar lo que provoca la lectura, las vivencias de estas Historias de un Abogado Rural.

 

 

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