Es un placer presentar este manojo de relatos de Horaco, de quien apenas si tenía mentas, de
esas que circulan en los pueblos… un abogado… un poeta con su voz de cantor y
su guitarra… un afincado desde siempre en la comarca.
Solo eso. Hasta la tarde que se apareció por el taller de
narrativa, acá en los Oribe, y se sentó y dijo que llegaba como oyente, y se
afincó y nos sorprendió con su actitud franca por asimilar lo maravilloso que
ocurre en el mundo ficcional de la narrativa, el respeto por la palabra bien
escrita, el lenguaje como creación artística, como belleza. Hombre de años llevar dispuesto a aprender,
enmendar, incorporar a su exquisita musicalidad natural nuevos ingredientes
para exaltar su palabra poética. El alma simple o limpia de un abogado y
porteño.
Y no necesitamos indagar. Bastó ver lo que hay en cada texto,
esa hidalguía, ese respeto por el otro. Pasar silenciosamente, no querer
agrandarse, aunque tenga méritos más que muchos para hacerlo.
Sin duda, los relatos son una selección de los casos más
significativos para transmitir otra cultura, otra manera de ser, maneras que se
van perdiendo inexorablemente, van mutando y vista desde unos ojos foráneos,
por un decir, son, quizás, siempre los ojos del extranjero, aun cuando conviva
la mayor parte de su existencia con la gente del lugar.
Hay como una distancia insalvable que este abogado porteño
logra sortear sin pasarle por encima a los hombres y mujeres sensibles, sin
tomarles el pelo, ni burlarse, ni querer modificar sus comportamientos
ancestrales.
Este abogado es
capaz de dejar de lado usanza de leyes
para resolver un conflicto que no es tal o usar el sentido común para acertar
sobre la justicia de un acto.
Lo del juzgado de paz demuestra el respeto al
otro por el desconocimiento de los procedimientos judiciales y con buen tino
acerca algo de justicia donde tal vez no llega nunca.
Tiene la clara
intención de mezclarse con la gente, respetar su idiosincrasia, al ir
conociendo sus costumbres y entender los tiempos que se toman los habitantes de
la zona, la no premura en las cuestiones cotidianas; un cordero no se carnea de
noche; al día siguiente todo estará como debe ser.
Quien se mete en el corazón de cada una de las historias
encontrará un punto de atracción: acá es la fidelidad, allá el respeto, la
ignorancia, la picardía, la solidaridad, es decir, en cada historia hay un
valor que destacar y el autor lo cuenta sin interrumpir, sin darse la corte,
sin ser protagonista principal, apenas un personaje que está presente y tiene
la dicha de ver las transformaciones de los seres humanos cuando uno le da la
mano y le abre el corazón, cuando no hay dobles intenciones y se deja que se
expresen los verdaderos sentimientos.
Prefiero quedarme con ese concepto que, además, es como una
devolución personal a tanto aprecio recibido. No es que por eso uno no puede
hablar mal, es que es la esencia de las historias contadas, es un dar y recibir
de la misma moneda y es por ahí que podemos leer estas historias, no con
nostalgia por lo que ya fue, ni de lamento porque se hayan perdido, sino por lo
que encierran de humano, del trato con el otro, de unas relaciones humanas que
nos dignifiquen de un lado y del otro, sin sometimiento, sin menosprecio, sin
arrogancia, esa humildad que trasuntan estos relatos y esa necesidad de
contarlos, porque seguramente además de lo risueño, lo increíble, como la
parábolas o los apólogos, nos dejan enseñanzas de vida que es, en esencia, lo
que Horaco nos ha querido regalar.
Destaco
como estandarte de tantos personajes e historias la figura del “Patrón” Méndez.
Cuando la palabra y los gestos del abogado logra romper la barrera de la
desconfianza de un hombre mentado como bravo, dice el narrador: “El “Patrón”
Méndez fue cambiando en su cara el gesto agrio inicial. Sus rasgos duros habían
desaparecido y una mirada casi aniñada pero encendida, mostraba al verdadero
hombre serrano. Curtido, sereno, apacible, manteniendo y defendiendo su
dignidad. Único y honorable tesoro que poseen los hombres simples. Los hombres
íntegros.”
Apenas si hacemos una alusión tangencial a la cuestión
técnica, ni vale la pena.
Nos detenemos en las enseñanzas, en el propósito, en el
testimonio (ahora es él el testigo), dice lo que ve, lo que conoce, interpreta,
siempre con la humildad de quien se sabe observado, con desconfianza, con
distancia, hasta que se rompe con el mate en rueda y se abre la boca y se dicen
cosas, se expresa el alma pura de los
simples, de los que están en pleno contacto con la tierra, que saben del valor
del trabajo, de sus manos, de la amistad, del nombre, el respeto y es por ahí
donde trascurren todas las historias, que, por el tiempo desde sus orígenes
deben ser cientos o miles, muchas que quedaron en su secreto profesional, en
casi un secreto de confesión, otras risueñas, terribles, increíbles, pero lo
cierto es que ninguna es tomada para la broma, tan costumbre del que se cree
por encima del resto y les habla desde arriba del caballo y pontifica, y dice,
y juzga.
Bueno, acá tenemos la contracara, un abogado humano y un
porteño humilde, si acaso vale esta definición para sintetizar lo que
provoca la lectura, las vivencias de estas Historias de un Abogado Rural.
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