Instantáneas de la Kodak


 Ayer me acordé de la Kodak que me envió Ernesto desde Tierra del Fuego. La había dejado arriba del ropero, disimulada, poque si el viejo la encontraba le hacía plata ahí nomás. Y me dije que si me iba para allá a lo mejor sacaría fotos de los témpanos, de los lagos del sur, dice Ernesto que son hermosos. Pero algo me dijo que no podría irme así, sin despedirme, sin siquiera tener un último recuerdo del viejo, ya no me importa él, ya dejó de importarme hace mucho, desde que mamá se nos fue. Ayer mismo llevé la máquina al centro, a una casa de fotos, para que me dijeran si estaba en condiciones de sacar alguna instantánea, qué sé yo, si había que ponerle algo, menos mal, porque nunca la había usado, no sé por qué, y el tipo se apiadó de mí, me dijo, pibe, si no tiene rollo no hay foto que valga, solo en tu imaginación te quedará el recuerdo de la foto que no salió. Le colocó un rollo, se preocupó por enseñarme, cómo debía apuntar, enfocar, los lentes, simple, y clic y listo.

Y ahora acá, en la vereda del frente del bodegón de Japo viendo a mi viejo con sus amigotes a esta hora ya borracho, vaya uno a saber qué hablan, qué los une, qué esperan de la vida. Dentro de un rato, son las diez y media, falta media hora, estaré viajando con José, qué buen tipo, me lleva hasta Comodoro Rivadavia, de ahí me tengo que tomar un colectivo, pero ya me queda a un paso, es un decir. Me dijo que a las once, en la estación de servicio de la salida, la YPF, la empresa nacional, refirmó, que las otras son extranjeras y nos roban. Mucho no sé de eso, mi viejo una vez me quiso explicar por qué a él le gustaban los militares, y por qué sus amigos lo llamaban gorila, vendido, quiso decirme del mal que le causó al país el populismo, y ahí me acordé de mi vieja, de su cajón secreto en la mesa de luz, que un día, antes de eso, me llamó, sacó una llave desde su corpiño y me mostró una foto, me dijo esta es Evita, esta es la única mujer que alguna vez pensó en nosotros, tomá, guardátela, que no te la vea tu padre, porque te mata, te lo digo, y no entendí de qué se trataba, pero guardé la foto acá y la llevo a esa mujer porque creo que es un amuleto de la buena suerte.

 De acá la foto que quiero sacarle a mi viejo saldrá borroso, me acercaré a la vidriera, total están ahí en la mesa pegada a la ventana, ahora que se están yendo dos de los borrachines y se ha quedado el Ñato y mi viejo, qué pescado ese Ñato, un fiolo, un cafisho, venido a menos porque se quedó sin minas. ¿Y mi viejo? ¿Qué hace mi viejo? Algún rebusque debe tener porque en su puta vida trabajó en serio. Bueno, qué. Le llevaré una foto final al hijo mayor, para que se avergüence del padre que tiene. Le mostraré la foto a mi sobrino Uriel; tu abuelo, le diré, este es tu abuelo, el papá de tu papá. Ya está, creo que justo levantó los ojos arrasados, tenía en su mano un as de copa arrugado y no me vio, el Ñato sí, pero ya me fui, ese, este es el último recuerdo que quedará de mi padre. Disparé una, dos, tres veces, diez fotos, cien, un millón, todas iguales, todas desde corta distancia, a través de un vidrio sucio, una mesa con botellas vacías, un bodegón que se vino abajo con el tiempo, refugio de borrachines y tránsfugas, ese es el domicilio de mi padre y yo no tengo nada que ver con él, que se quede ahí, que nunca preguntó por Ernesto, tampoco preguntará por mí. Quizás quiera golpearme el alma, no, cortaré la historia. La Kodak no volverá a Tierra del Fuego.  Le saco el rollo y le doy un voleo que vaya a parar a la alcantarilla. El primer tacho de basura será el destino de la Kodak.

 Tal vez quien la encuentre saque alguna foto de la que pueda enorgullecerse. 

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