El Jorge Aguilar, albañil, electricista, mecánico, impresor, todo terreno.
Esos tipos que aparecen en nuestras vidas y aprovechamos su audacia para
encarar cualquier tarea, cualquier trabajo, por más complicado que parezca. Tal
vez inició como portador de manigueta en el taller de serigrafía al fondo del
comedor el Nuevo Patio, o apareció como albañil arregla todo en los días
previos a la inauguración de la segunda etapa de El Patio, pero lo cierto es que
se acabó el experimento de la nueva parrilla y él siguió, en primer lugar imprimiendo pero un poquito
después, ya en el año 87, habla de él una estufa hogar que está de pie,
intacta, lúcida, jamás una humareda, con
los ladrillos refractarios y al fondo el asador, idéntica construcción que está
intacta, a pesar de los 35 años transcurridos. La relación íntima del Jorge con
nosotros lo llevó a ponerle nuestro nombre a su primer hijo: Rubén Oscar, y la
vida continuó, ya el taller en el fondo de la casa, ahí con el Jorge haciendo
de todo, fumando ambos como murciélagos, la casa inundada de tabaco y fluidos
serigráficos. Qué no hizo, qué no intentó, y qué hizo mal, porque para todo no
solo es darse maña sino hacer bien las cosas. Después hubo un derrape, un
vehículo que ya se le había echado mano hasta el tuétano, ese Peugeot 404 rojo
desteñido que el Jorge lo pintó a soplete común y no había manera de disimular
lo precario del caso, después se lo quedó, algo de eso, pero no es para reproche,
esa es la vida de un busca, de un todo terreno, con su boca desdentada, su
endeblez fibrosa, su desaliño constante, su pasión por River, un jugador
exquisito, un zurdo de mano y pie, que al incorporarlo a la Fusión de Libres
Senior en el futbol, allá por el 2000 digamos que los esfuerzos sin medida, el
desgaste corporal, los achaques lo pusieron en la cancha ya sin brillo, como se
dice sin pena ni gloria, no duró dos partidos porque estaba claro que ya esa
batalla la había perdido. Luego hubo un interregno de diez años o más donde no
hubo más noticias, salvo que el tocayo hijo primogénito trabajaba con el amigo
Darío, y un día lo encontramos en la Rural, como responsable de la parte
eléctrica de varios stands, con el mismo aspecto, sin haber levantado puntería
en su aspecto y en su bolsillo. Otra vez hubo un silencio, incluso rumores de
su muerte, casi una certeza venida de un hermano correveidile que sabe de la
vida y obra de los mortales que se te cruce, así quedamos, pero una tarde lo encontré
frente al Viejo Mercado, idéntico a sí mismo, con el cigarrillo en la mano,
flaquito casi esquelético y quedó la promesa de que ya nos veríamos y otra vez
pasarán los años y es de esperar que ande por ahí, haciendo malabares con sus
manos, usando el ingenio para otros, desparramando creatividad bruta, y uno se
pregunta qué sería de ese hombre si algo o alguien hubiera cuidado, conducido,
enriquecido, sin títulos a la vista, el Jorge Aguilar es el tipo que llamarías
para que te solucione ese desperfecto imprevisto. Así lo homenajeamos.
Hace poco lo volvimos a encontrar
(enero/febrero de 2025). En un supermercado charlamos bastante, un repaso de la
vida, un saberlo solo, aunque con una pareja a distancia, acompañando a su hija
en las compras, con su mujer ausente y lo bueno, lo noble, lo que más nos gustó
de ese encuentro es su perfecta ubicuidad política, estar en el lado correcto
de un trabajador como él, agradecido por lo que le dieron y siempre pensando en
un mundo mejor distribuido. Nos quedamos en contacto y seguramente habrá
ocasión para expandir la charla y recorrer los cuarenta años por los que hemos
transcurrido en cercanías.
Comentarios
Publicar un comentario