Jorge De Bonis

Personaje querible si los hay. Fue, quizás, una de las primeras muertes que lamenté, siempre que lo recuerdo lo echo de menos porque al fin y al cabo no era tan viejo como para morir, apenas habría llegado a los cuarenta, cincuenta años, quién lo sabe, con ese cuerpo gastado de tanto esfuerzo a lo bruto, ese cuerpo de boca sin dientes, de manos rudas, de sonrisa fácil, con esa tonada inconfundible de los nativos de Buenos Aires, ese aporteñado que te habla con cierta distancia, como si estuviera por encima de las tonadas provinciales.

Cómo llegó a Río Cuarto, es posible que nunca lo hayamos sabido. Petizo sin ser chiquito, morrudo, inquieto, es posible que haya venido huyendo de algo, sí, hay como un silencio sobre su pasado, y apenas si se sabía de la existencia de un hijo que nunca vimos. Entró a nuestra vida en el comedor El Patio como alguien que iba a hacer la limpieza, el trabajo más bruto, vaya uno a saber de dónde lo sacó mi padre; le dio conchabo, el Jorge iba todos los días, hasta que se convirtió en ayudante de la parrilla, posiblemente lavaplatos y ya se instaló en la familia. De todos los trabajos sobre escombros, yuyos y limpieza era el Jorge el encargado y se lo recuerda siempre sonriente, feliz, como si ese fuese su destino.

 Basta decir que años después, cuando rearmamos la parrilla él era el parrillero oficial, podríamos decir que esos años en las cercanías de los asados lo convirtió en un experto, en un buen asador. De qué murió no lo supimos, pero es seguro que una intoxicación, un mal funcionamiento del hígado, una cirrosis, porque no es posible pensar al Jorge de Bonis sin un trago al lado, sin un cigarrillo. Se fue y dejó un tibio recuerdo de hombre bueno.

Hay que verlo con el carro sacando escombros, porque hay que saber dónde viviría el De Bonis, incluso nos queda un recuerdo sobre una casa a medio terminar en el cruce hacia la universidad porque le damos como que ahí vivía, o de ahí extraía leña, porque en el fondo el Jorge era un busca vida, vaya uno a saber si tendría algún amor, si acaso lo dejó en Buenos Aires, solo ese hijo que era chico, vaya uno a saber si viviría con su madre, pero el Jorge siempre con indirectas con las mujeres que trabajaban en el Patio, la cocinera, la lavandera, siempre había mujeres y él era, como decirlo, un piropeador, un tipo amable. No sé por qué me quedó una impresión mala el día que se hizo cargo de la parrilla, tal vez pensaba que él no era la persona apropiada, que era sucio, y sin embargo, era un parrillero excepcional, tal vez ya lo conocíamos al Viejo Vizcacha, de alguna manera siempre estuvo asociado a él, que escupiría la parrilla, porque no caben dudas que su miseria era digna, porque no era un obsecuente, por lo que uno puede pensar que siempre tuvo tirria contra los pitucos aunque nosotros solo tenemos de él agradecimientos, un ser servicial, dispuesto a todo y siempre con alegría, con disposición, poniendo su fuerza bruta al servicio de los demás.

Por qué será que es de esta estirpe los humanos que nos quedan prendidos en la memoria.

 

 

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