Escurridizo el Gringo, o el Gallego, para los más cercanos,
Jorge para el mundo, como todos los Jorge, no hay ninguno que, como decía la
Coca, sea trigo limpio. No quiere decir que los nombrados anden por la vida
jodiendo a otros, son esos, doble o triple personalidad, casi todos se
destacan, no son pusilánimes, son capaces, inquietos, quizás no tengan límites,
digamos, que no haya códigos para ellos, y pueden darse el lujo de ir por la
vida sin que se les mueva un pelo, esa capacidad de quedar bien parado aun en
las peores circunstancias, aún con las manos en la masa. Claro que hay
excepciones, y muchas, pero si tuviera que hacer una enumeración de los que han
pasado por nuestra vida no hay uno que quede en pie, alguna fallita de fábrica
le encontraremos, a algunos una basurita, a otros desde un motor fraguado hasta
la numeración tachada y podríamos seguir con las metáforas para hablar sobre
estos especímenes que llevan el nombre como emblema. Y si no tiremos unos
cuantos: Lanata, Macri, Jorge Rafael el innombrable, dame uno que me
enorgullezca. Tenemos de los nuestros al hermano, para qué vamos a hablar, al
De Bonis, al Aguilar, y de aquellos que uno reverencia, el Ramallo, Borges,
Amado, pero es posible que el nombre les marque parte de sus acciones.
Este apareció allá en el patio de recreos del penal de
Caseros, ni sabíamos el uno del otro, pero se formó una relación intensa,
mezcla de ping pong, y poemas, con el Petizo de la casa Blanco, el Huguito
Pérez, otro nombre, el Hugo que deja siempre una sospecha que encierra algo que
no podemos descifrar y a la larga nos hace tomar distancia. Y fue intensa esa
estadía, un taller literario, un encuentro risueño, en un marco patético
sobrevivimos con alegría, por ahí canalizábamos sentimientos, creaciones,
simpatías.
Después vino el reencuentro, en su casa, con otra gente que
recobraba la acción política, hubo reuniones en su casa con dirigentes
peronistas y aliados y ahí él como mayordomo, como dueño, atendiendo,
sirviendo. No podemos olvidar que en ese entonces entablaba relación con un
Carlos de cuyo apellido y accionar prefiero callar para no entorpecer la
digestión de los sorrentinos caseros con salsa con peceto adquirido a las
fábricas modernas de pastas supuestamente caseras.
Y de esos encuentros, de sus disputas con su mujer, con la
adopción de un niño, y la inolvidable experiencia del maíz pisingallo, una
anécdota memorable que a tanta distancia uno no puede menos que sonreír. No era
un peso sino diez el costo y de ahí saquemos las conclusiones. Creíamos ir por
lana de pururú y salimos trasquilados de pisingallo. Y después la separación y
el jolgorio con la nueva pareja, con la viuda militante, profesional, una diva
intelectual, un irse a vivir en las inmediaciones de los poderosos, con ellos,
allí eran fiestas de guardar, desde ahí resurgió su vocación de terminar la
carrera, con ese acompañamiento formidable y así fue y fue jolgorio hasta que
todo se echó a perder y desde ahí hubo un silencio largo, no hubo más
apariciones por la gente conocida, se
refugió en su profesión; claro que terminó su carrera y un buen trabajo y
anécdotas con los cercanos de estafas y agregados o por lo menos de negocios no transparentes,
hasta que con el tiempo todo se volvió difuso. Hubo un acercamiento cuando se
formó la liga de futbol senior, ahí fue el Gaita a jugar las preliminares, por
un supuesto paso por las inferiores de los albos, era posible por la cercanía
de su casa con el estadio, y no anduvo y nunca más nos cruzamos hasta que el
tiempo por ahí nos daba la oportunidad de intercambiar cuatro palabras. Vino la
separación abrupta, el silencio, luego una mujer más bien silenciosa, casi
invisible y nunca de él un acercamiento a la historia compartida, con la gente
que atravesó el tiempo de la prisión,
vaya uno a saber por qué se cortó solo y no quiso frecuentar, pero claro que
cobró la pensión y mantiene un perfil progresista como para no perder el curso
de la historia, pero todo eso está atado con alambres, nadie puede tomarlo en
serio y así anda, ahora ya jubilado, vaya uno a saber cómo acabarán sus días,
en qué se destacará pero es el derrotero de uno de los que llevan ese nombre
tal vez un estigma, un nombre que los pone contra las cuerdas y les hace
cometer ciertas acciones que terminan por oscurecer el destino.
Uno tiene la idea de que a estos seres les pesan sus
traiciones, es decir, las trastadas que se mandan en su vida, olvidando los
orígenes, jugando a dos puntas, ocultando la verdad, esquivándole el bulto a
las cosas que lo pueden comprometer, toco y me voy, no quiero más compromisos y
usufructúo de lo que se pone a mi alcance. Es posible que todo esto y un poco
más y quizás algo menos se le puede adjudicar a este personaje que uno lo tiene
como amigo, es decir de esas personas de las cuales puede hablar por la
experiencia compartida y que tiene todos esos bemoles que definen a una
relación como de subes y bajas, de luces y sombras, tal vez como son casi todas
las relaciones humanas. Vale la pena hablar de él, como si estuviéramos
hablando de otros que es aplicable a muchos, aunque en este personaje anidan
ese cúmulo de contradicciones que no te permiten borrarlo de un soplo de tu
vida ni hacer el mínimo esfuerzo para tenerlo a tu lado. Fue, siguió siendo un
tiempo, está ahí, puede darse un encuentro, pero siempre queda esa
desconfianza, ese no saber a ciencia cierta qué es lo que lo anima al Gaita, si
acaso es un tipo de fiar, es un resentido, un borrado o apenas un sobreviviente
con infinitos conflictos que no le alcanzarán los años que le quedan para resolverlos.
A partir de un acercamiento de Mirta con su mujer hubo un
encuentro gastronómico en una quinta camino a Tres Acequias. Allí estaban sus
famosos abedules, un árbol emblemático de que nos mofábamos en prisión, quizás
por su raigambre rusa. Esa noche compartimos una velada hermosa hablamos de plantas,
de la vida, de lo difícil que le resultaba tener esa casa ahí que se la
desvalijaban a diario, que nada podía dejar adentro, una situación complicada
que seguramente la ha resuelto dando por cerrado ese emprendimiento de fin de
semana. Solo sería posible si se fuera a vivir ahí, pero por lo visto continúa
citadino, en un departamento del que hablamos, en un edificio que sus paredes
amplifican todos los sonidos habidos o por haber, y ya sabemos hacia dónde
dirigimos los ruidos y las sonrisas. Ahí quedamos y es posible que estén
abiertas todas las puertas para próximos encuentros, todos jubilados ya, con
mucha historia bajo el puente.
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