Jorge Ramallo

Fue una de las ida de la vida que más se sintió, por saber que en esa humanidad pulcra y serena cabía un universo creativo, un don de gente, una mirada exquisita de la vida, una capacidad asombrosa de nuevas ideas, de re funcionalizar un viejo edificio, de dejar la impronta en cada cosa que emprendió, la verdadera imagen de un funcionario que toma en serio su tareas, convoca a los que pueden ser los engranajes necesarios y va para adelante y cuando pasen los años su figura se engrandecerá porque las obras quedan aunque los nombres fenezcan. El respeto que generaba, la devolución del respeto, la escucha alerta, la sugerencia y la mirada hacia arriba, hacia elevar la mirada a cosas poco pedestres, que estén a la altura del goce de todos. Cada encuentro, o cada charla era una apuesta de la inteligencia y de la intelectualidad. Cada año, sus mensajes a los amigos desde la familia eran muestra de ingenio de un paso adelante, de abrir rumbos, de estar alerta por lo que está marcando el rumbo del mundo. Su sala cultural, su casa a medida de un arquitecto diferente, sus cuadros, o dibujos, el manejo del pantógrafo, su mujer compañera silenciosa, educadora y despierta, y de pronto su salud resquebrajada, su retiro de las actividades, él, como representante de una corriente socialista en gobiernos radicales fue virando hacia las ideas nacionales y populares y democráticas que enarbolaron  el Néstor y la Cristina y pudo ser la recuperación en uno de esos centros que pretenden traer la panacea a la salud, pero no hubo caso, lo vimos por última vez el mismo día que se decretó la pandemia  en la frustrada inauguración del mural de Sergio en el Museo Regional y supimos que poco después en el aislamiento avanzó la enfermedad y se nos fue, pero nos quedó siempre, día a día su presencia de que su muerte era una injusticia de la vida. 

 

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