Fue una de las
ida de la vida que más se sintió, por saber que en esa humanidad pulcra y
serena cabía un universo creativo, un don de gente, una mirada exquisita de la
vida, una capacidad asombrosa de nuevas ideas, de re funcionalizar un viejo
edificio, de dejar la impronta en cada cosa que emprendió, la verdadera imagen
de un funcionario que toma en serio su tareas, convoca a los que pueden ser los
engranajes necesarios y va para adelante y cuando pasen los años su figura se
engrandecerá porque las obras quedan aunque los nombres fenezcan. El respeto
que generaba, la devolución del respeto, la escucha alerta, la sugerencia y la
mirada hacia arriba, hacia elevar la mirada a cosas poco pedestres, que estén a
la altura del goce de todos. Cada encuentro, o cada charla era una apuesta de
la inteligencia y de la intelectualidad. Cada año, sus mensajes a los amigos
desde la familia eran muestra de ingenio de un paso adelante, de abrir rumbos,
de estar alerta por lo que está marcando el rumbo del mundo. Su sala cultural,
su casa a medida de un arquitecto diferente, sus cuadros, o dibujos, el manejo
del pantógrafo, su mujer compañera silenciosa, educadora y despierta, y de
pronto su salud resquebrajada, su retiro de las actividades, él, como
representante de una corriente socialista en gobiernos radicales fue virando
hacia las ideas nacionales y populares y democráticas que enarbolaron el Néstor y la Cristina y pudo ser la
recuperación en uno de esos centros que pretenden traer la panacea a la salud,
pero no hubo caso, lo vimos por última vez el mismo día que se decretó la
pandemia en la frustrada inauguración
del mural de Sergio en el Museo Regional y supimos que poco después en el
aislamiento avanzó la enfermedad y se nos fue, pero nos quedó siempre, día a
día su presencia de que su muerte era una injusticia de la vida.
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