José Enrique El Gordo San Millán

Bastaría la nota manuscrita que atesoro para decir todas las palabras que quisiera para él, el doctor San Millán, médico especializado en gerontología, habitué del Jockey Club, seguro que miembro del Rotary y de toda institución de renombre, un tipo de la clase acomodada que abrazó el ideario del Partido Intransigente, se enamoró de la figura de don Oscar Allende y relacionado con los viejos intransigentes de Río Cuarto, el Doctor Martorelli, la Toniato de Casas, se jugó con los jóvenes que inundaron el Partido apenas se abrió el cause democrático aun en los estertores de la sangrienta dictadura de Videla y sus sucesores.  Le gustaba figurar, pero no quiso encabezar la fórmula de intendente, que recayó en otro colega médico con una trayectoria ética, profesional, humana impecable, que no significa que el Gordo tuviera manchas, pero era trigo de otro costal y prefirió una candidatura referencial como diputado. Pero su participación, física, monetaria, su militancia fue innegable, aunque algunos puristas no estuvieran muy de afectos con prácticas que podrían considerarse burguesas, de otra clase, pero la dignidad del Gordo, su entrega, valió y mucho para que el PI tuviera una referencia en la ciudad y si bien no se pudo sostener con los años quedó en el imaginario como una referencia posible de una visión distinta para la ciudad.

Su casa se abrió para los encuentros de los militantes más activos, más cercanos y siempre estaba la mesa servida, la comida y la bebida para todos, un buen vino tinto para regar la velada hasta altas horas de la madrugada, eso era dar, repartir, sin otro propósito que mostrar su entrega por esa idea flamante y genuina que representaba el ideario del intransigente. Tal vez no se le reconoció su entrega, hizo lo que podía hacer, arriesgando su patrimonio e incluso su reputación porque de algún modo sin ser una organización de izquierda tenía postulados sociales populares que estaban reñidos con los conceptos mayoritarios de la pléyade de médicos y aledaños. Luego de todo lo vivido en ese resurgir de la democracia, ya en los inicios de la búsqueda o el reencause de la vida un llamado telefónico, un pedido de asistencia llegó con esa magnanimidad de los que saben apreciar, que ya a esa altura nada podría depararle como beneficio. Y considerarme amigo, que acude como la sangre cuando se lo necesita. Desde ahí, dirán lo que quieran decir del gordo San Millán que yo lo tendré siempre en el corazón, del hombre comprometido con su tiempo, renunciando a ocupar cargos donde tal vez armonizara más con sus correligionarios.

 

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