Bastaría la nota manuscrita que atesoro para decir todas las
palabras que quisiera para él, el doctor San Millán, médico especializado en
gerontología, habitué del Jockey Club, seguro que miembro del Rotary y de toda
institución de renombre, un tipo de la clase acomodada que abrazó el ideario
del Partido Intransigente, se enamoró de la figura de don Oscar Allende y relacionado
con los viejos intransigentes de Río Cuarto, el Doctor Martorelli, la Toniato
de Casas, se jugó con los jóvenes que inundaron el Partido apenas se abrió el
cause democrático aun en los estertores de la sangrienta dictadura de Videla y
sus sucesores. Le gustaba figurar, pero
no quiso encabezar la fórmula de intendente, que recayó en otro colega médico
con una trayectoria ética, profesional, humana impecable, que no significa que
el Gordo tuviera manchas, pero era trigo de otro costal y prefirió una
candidatura referencial como diputado. Pero su participación, física,
monetaria, su militancia fue innegable, aunque algunos puristas no estuvieran
muy de afectos con prácticas que podrían considerarse burguesas, de otra clase,
pero la dignidad del Gordo, su entrega, valió y mucho para que el PI tuviera
una referencia en la ciudad y si bien no se pudo sostener con los años quedó en
el imaginario como una referencia posible de una visión distinta para la
ciudad.
Su casa se abrió para los encuentros de los militantes más
activos, más cercanos y siempre estaba la mesa servida, la comida y la bebida
para todos, un buen vino tinto para regar la velada hasta altas horas de la
madrugada, eso era dar, repartir, sin otro propósito que mostrar su entrega por
esa idea flamante y genuina que representaba el ideario del intransigente. Tal
vez no se le reconoció su entrega, hizo lo que podía hacer, arriesgando su
patrimonio e incluso su reputación porque de algún modo sin ser una
organización de izquierda tenía postulados sociales populares que estaban
reñidos con los conceptos mayoritarios de la pléyade de médicos y aledaños.
Luego de todo lo vivido en ese resurgir de la democracia, ya en los inicios de
la búsqueda o el reencause de la vida un llamado telefónico, un pedido de
asistencia llegó con esa magnanimidad de los que saben apreciar, que ya a esa
altura nada podría depararle como beneficio. Y considerarme amigo, que acude
como la sangre cuando se lo necesita. Desde ahí, dirán lo que quieran decir del
gordo San Millán que yo lo tendré siempre en el corazón, del hombre
comprometido con su tiempo, renunciando a ocupar cargos donde tal vez
armonizara más con sus correligionarios.
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