Ellos rompen
todas las barreras de prevenciones. Pueden trepar una escalera dejándonos con
el corazón en la boca; pueden vaciar en un santiamén toda una estantería y
desparramar papeles a mansalva; pueden salir disparado hacia la calle de tierra
y arena con vehículos que pasan de tanto en tanto y corren peligro; pueden
buscar la planta de grateux y comerse los frutos porque seguramente le saben
dulzones; pueden dispararse hacia un velador y tomar su pulsador por asalto y
dale que te dale con el nerviosismo propio de quien sabe que se está mandando
un travesura.
Apenas si hablan,
nada, solo gestos, repeticiones, reacciones a cánticos o preguntas, y esas
risas que te fulminan, te derriten, no hay manera de que el corazón no te salte
y se te llenen los ojos de alegría.
Estos chichones
del suelo, iguales y distintos me tienen a mal traer, no me dejan en paz, me
obligan a estar alertas porque en cada encuentro, cada abrazo, cada caminata es
una euforia de vida, es un alimento perdurable, lo voy guardando para las
épocas de sequía, y sí, no sé qué haré cuando uno de ellos, el que me da vuelta
sin piedad, se vaya, esté a cientos de kilómetros, no resistiremos distancia y
tiempo y volveremos a las andadas, porque esa es la parte de la vida que no
tiene precio, más allá de lo que piensen algunos, que el mundo que se viene es
un infierno y bla bla respecto al mundo que les dejaremos y mejor suprimirle
ese dolor. En fin, quien no sabe lo que es ser abuelo y que los nietos se te
cuelguen, te besuqueen, te estiren los brazos y lloren cuando no te ven, no
saben absolutamente nada de la vida, de los afectos, que es mucho más hermoso,
puro, desinteresado que cualquier otra relación. Los tengo acá, en la casa de
abajo, escucho sus vocecitas distintas, uno que te derrite con la mirada, el
otro que te altera con sus desplantes, su inquietud, sus bracitos como aspas de
un molino desenfrenado saliendo en busca de cualquier cosa, de lo que primero
que tenga en mano, y luego otra cosa más, una planta, una piedra, un animal, un
juguete, todo es juego, es risa, es sorpresa y cada cosa merecería ser guardada
en una fotografía, pero eso ya no importa, las tenemos adentro, las llevaremos
por siempre. Claro que uno es la paz contenida, es la belleza de los gestos, es
la dulzura de sus primeras palabras, es la endeblez de su andar cada día más
firme, es su prudencia frente al peligro; el otro es desaforado, inquieto,
audaz, peleador, egoísta, nada lo detiene, todo para él. Bueno, habrá que ir
enmendándole esos desplantes porque la vida es otra cosa. El otro, cuando se
satura de los desplantes de su hermano, no repara en darle un empujón, un mordisco,
algo que le ponga freno y bien que el otro arruga y se va con la música a otra
parte.
Es admirable la
capacidad de comprensión de un infante, de estos y de todos. Enferma un poco
cuando solo se les pondera la inteligencia, o se le dan demasiadas concesiones,
según nuestro gusto, cuando no se le inculcan a fuego los valores. Pero estamos
en esa época donde parece que de nada valen estas cosas y a nosotros, como a
Whiston, nos parece que debemos mantenernos en nuestras cuarenta y no dejarnos
arrastrar por la corriente. Al margen de estas disquisiciones, solo queda
relatar cada una de las diabluras, de los intentos, de la alegría que se les
nota en el andar a estos cosos chiquitos que me han dado vuelta la casa donde
alberga mi entusiasmo, mi ánimo, mis sueños aún vigentes. Si no fuera porque el
tejido de alambre de cuadros pequeños le hace doler el pie descalzo o la
pequeña zapatilla es demasiado grande para sostenerse ahí, el tipo más audaz
treparía, hasta alcanzar la baranda y de ahí puede ocurrir cualquier cosa. Por
las dudas, acerca una silla y se aproxima y si no, mide por abajo, hay un hueco
de unos ocho a diez centímetros por donde pasa una pierna y la otra, pero le
llega la cola y queda trancado, sale sabiendo que fue un intento fallido. En un
santiamén se lo ve en cuclillas, hurgando entre el pasto, se le alcanzan a ver
las manos negras y corremos, el tipo encontró un manojo de hongos de la
humedad, vaya uno a saber qué clase, cuánto de venenosos y la boca sucia, pero
la urgencia fue suficiente y nada ocurrió. O un extraño en su camioneta que se
detiene; retrocede para avisarnos que las hojas de laurel en flor que están a
la mano de los barbaritos contienen cianuro y ponemos el grito de alerta en el
cielo. Ya toman mate, chupan los restos con fruición, saltan si acaso quedó
caliente, pero van adquiriendo hábitos graciosos, que conjugan los cuidados y
las aperturas. Lo que no están abiertas son las puertas de dormitorios, de
baños, casi con candado las puertas de las alacenas porque guay conque
encuentren una abierta, desmantelan, distribuyen fascinados de lo que pueden
convertir en un segundo. No se enojan cuando se los saca, es como si supieran que
los agarraron con las manos en la masa, in fraganti y se dejan arrastrar como
chicharras de un ala, a que continúen por otros senderos con sus travesuras. Hasta
que se duermen y son un par de angelitos que uno se les queda contemplando su
serenidad, la belleza, la limpieza de sus rasgos, esa paz que transmiten y que
uno la guarda para cuando las papas queman, cuando la turba se pone
insoportable.
Todos los días es
un descubrimiento, una nueva habilidad. Hay que renovar el repertorio de
canciones porque si no es uno el que se queda en la prehistoria. Hay que verlos
bailar cuando el ritmo los incita, y uno sabe que es un tiempo que pasa
volando, que a lo mejor continúan con esa hermosura, que habrá otros
desplantes, conciliaciones y ruptura, todo eso se sabe y es cuando entonces
tomamos este tiempo como un interregno de disfrute, nos olvidamos de los
infames, de los feroces y de los crueles, de la caterva de gente inmunda que
nos corroe el ánimo y nos quedamos acá, olvidado de dolores, de achaques, de
urgencias, ellos no están pidiendo que juguemos a más no poder y que como ellos
nos vayamos a dormir con una sonrisa plena en el alma.
Siempre uno
exagera con los propios, pero estoy seguro que me quedo corto en los halagos,
en las proezas, en lo festejos a estos niños. Cualquiera lo sentirá igual y
compartirá esto y mucho más, hasta podríamos ser minuciosos y relatar hasta las
cosas más pequeñas y más bellas que nos regalan estos seres, sangre de nuestra
sangre que tendrán la tarea de hacer de este mundo un lugar más vivible para
todos.
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