Néstor Bina

Debió ser uno de los amigos más entrañables, más compinches de nuestro padre. A tal punto que en mi partida de nacimiento figura como uno de los testigos en el acta. Poco sabíamos de él… que habían trabajado juntos en la Base, se los ve abrazados con el uniforme de trabajo, es posible que hayan hecho el servicio militar el mismo año, o hayan sido compañeros de colegio. Todo eso es posible. De lo único que sabíamos es que era un buen mecánico, que había levantado un taller que tenía cierto nombre, Bina y Corral, taller metalúrgico, en la callé Urquiza en cercanías de la Maipú.  Su socio era Pablo Corral, su cuñado, hermano de la Mery. Otro de los Corral, el Eugenio, estaba casado con la tía Ada, hermana de nuestro padre.  O sea que eran dos familias muy ensambladas; de chico conocimos a su hijo Herne, aunque apenas si nos frecuentábamos. Tengo registro de algunos encuentros, quizás salidas a las sierras, alguna carneada y lo veo al Néstor de estatura mediana, pelo negro, robusto sin ser gordo, con bigotes, casi siempre serio.

Suena el nombre del hijo por lo raro: era el Erner.

 Nunca averiguamos el motivo de la tragedia que sucedió una mañana en el taller. Tal vez por discusión de dinero, alguna cuestión societaria, disputas familiares, lo cierto es que Néstor perdió la cabeza, extrajo un revolver y mató a su socio y cuñado. No hubo huida ni intento de disimular el crimen. Supimos que a los pocos meses entró en prisión con una condena larga. La Mery se quedó con sus dos hijos, el nombre de Néstor fue borrado de las conversaciones, a nadie le importó la suerte de homicida y quedó como lo que fue, un crimen dentro de la familia extendida.

Pasaron muchos años, ya lo averiguaremos, más de diez con seguridad. Yendo una noche desde el pabellón once a la sala de cine de la penitenciaria, la tristemente famosa UP1 de Córdoba (salón que estaba sobre el largo pasillo que atravesaba la cárcel hasta nuestros pabellones, a la izquierda, un salón que nos juntaba con las compañeras del 14 y eran encuentros memorables), veo que desde la otra ala del pasillo se desplegaban celdas individuales o pequeñas donde se alojaban los aislados, los presos comunes aislados, o porque no podían permanecer junto a otros internos o porque por buena conducta se los tenía disponible para tareas de limpieza o porque estaría a punto de recuperar la libertad, de cumplir la condena. Al llegar al cine veo a un hombre que me resulta cara conocida, familiar. Y lo descubro, era el Néstor Bina. Fue una alegría para mí y al acercarme y decirle quién era me di cuenta de que ya me había reconocido, quizás otras veces me había visto y no se animó a pararme o saludarme. Hablamos unas palabras, me dijo que estaba un poco enfermo, que pronto saldría en libertad, que se iría a La Plata, que él era hincha de Estudiantes de la Plata, el único que conocía de ese club, posiblemente ese haya sido el origen de su familia. Me agradeció, sonriente, ni una palabra sobre los hechos, solo le debo haber contado de mi razón de estar detenido y le conté que mi padre venía a visitarme los días de visitas de varones, que le contaría de ese encuentro. No recuerdo si hizo algún gesto, si dijo algo, fue un silencio y vino la visita de mi padre. Le conté el hecho, como otras cuestiones, mi padre tenía cuarenta y nueve años, quizás el Néstor aparecía como más avejentado.

No sé si me contestó, creo que hizo un gesto de desagrado y pasó.

A la semana siguiente, otra vez en el cine, me detengo a charlar con Néstor que estaba en la puerta de su celda, como esperándome. Y me contó algo que resultó muy doloroso. Me dijo que el sábado anterior, cuando entraba la visita a los pabellones de los presos políticos estuvo atento a quiénes venían.  Las visitas tenían que pasar obligatoriamente por ese largo pasillo, acompañadas por los celadores. Dice que lo vio venir a su amigo, que estaba nervioso, que se puso de frente para que lo reconociera. Que mi padre lo vio, seguro que lo reconoció, que bajó la vista y sin mirarlo, sin una sola palabra siguió rumbo al pabellón donde yo estaba detenido. Creo que fue la última vez que lo vi. Sé que al tiempito recuperó la libertad, que se fue a La Plata, que el hijo lo asistió un tiempo, pero que la enfermedad avanzó y al poco tiempo murió.

Una historia de un personaje que bien merece recordarlo siempre.

 

 

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