Tino Torres

Personaje simpático de las correrías infantiles en las Achiras. Hijo de doña Paula y de don Torres, propietarios del boliche junto al camino de tierra hacia el pueblo, en las cernías del puente del arroyo Achiras. Tenía una hermana, la Berta, de quien se decía padecía una enfermedad pronunciada en voz baja, la tuberculosa. Sí, era flaquita, contaba varios hijos, vivía cerca, del otro lado del camino, en la loma, rodeada de plantas de tunas. El Tino sería menor, no le conocíamos oficio, actividad, quizás tendría un campito en las cercanías, era un muchacho de poco más de veinte años, gigante, morrudo y sobre todo, su signo distintivo era el número de alpargatas que calzaba. Si lo normal era el ocho, de Coquín, un 42, este llegaría a los cincuenta. Siempre sonreía, con ironía, con picardía, burlón, claro, éramos niños para él, éramos amigos de su hermano de crianza, del criadito de doña Paula, el Ernesto.

Ese lugar es emblemático en nuestra infancia, por eso el Tino ocupó ese lugar del tipo que andaba con las cuadreras, seguro, relacionado con el Martín de la Sinforosa, peleado con los Pericanos, y después lo perdimos de vista, es posible que lo hayamos visto algunas veces ya en los últimos años. Supimos de sus hijos cantores, los Torrecitos, los Torres, sabemos que ya murió, quizás una vida de boliches, de putas, de juegos, vida de los humildes que no tienen estudio ni formación ni oficio. Queda la referencia de sus pies gigantes, quizás exagerado por la fantasía lugareña.

Es que ese lugar junto al arroyo de Achiras, el lugar de la pesca de mojarras, de los huecos de las palometas, de las peleas con los chicos de los pericanos, las bochas con el Ernesto, ese boliche donde tomábamos una gaseosa, un paquete de criollitas, una lata de picadillo, viendo a los paisanos de la zona acodados en la barra o recostados en las pequeñas mesas del pequeño bar, el boliche de los Torres y ahí siempre con su estatura inmensa, el Tino, organizador de cuadreras, de pase inglés, de partidas con fulleros, todo eso es  conocido por boca de otros, por las cosas que decía el tío Juan que se ve que no le gustaba que ese muchacho fuera amigo o anduviera en juntas con sus hijos.

Hoy, cualquier lugareño de cierta edad a quien se le pregunta si lo conoció tendrá una ristra de anécdotas que dicen que el hombre dejo su huella de alpargatas inmensas, que no pasó desapercibido.

  

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