Rafael

Una presencia significativa en los años decisorios sobre los rumbos a seguir, una influencia en los actos, en las relaciones, podemos poner su ingreso a nuestra vida como el inicio de una nueva etapa. Debemos andar con morosidad, quedarnos en los hechos que se sucedieron, como se dice, sin solución de continuidad y bien que puede ser un racconto de la vida, una guía para saber por dónde anduvimos, cuándo se producen los virajes, cómo continua después, porque la historia, aunque por etapas concretas, termina con la muerte de Rafael, temprana muerte, extraña, quizás una de las muertes más sentidas porque Rafael no fue un ser que pasó sin huellas en nuestra existencia.

Está difuso el momento en que lo conocimos, o entablamos relación. Sí, fue en Río Cuarto, antes de su ida a Córdoba, a la casa de estudiantes que compartíamos con entrerrianos y santafecinos.

Lo sabíamos el cantante de un grupo de rock riocuartense, los Blakers, (nunca lo vimos en el grupo, a lo mejor fue apenas un tiempo como cantante, guitarrista o en el piano) de hecho, parecía el alma mater, el más conocido y es seguro que en esas noches de encuentros con personajes noctámbulos, el Peto, el Negro Alaníz (no es ese el apellido, era Ordóñez, con su clásico: blemm), los hermanos Massa, es posible que el Cocó, el Pichi y otros de esa especie, entre anfetaminas y algún porro, en el bar pegado a la catedral, o en la galería Europea, allí, despertando a la vida con el Cordobazo y la universidad, con un noviazgo inicial que alteraba la estadía en la docta, en ese ir y venir ya se habría producido la ruptura, el dolor, el desconsuelo,  que es parte de otra historia, en esas instancias de búsquedas, confusiones y descubrimientos, apareció en nuestros jóvenes años la supuesta madurez y experiencia de Rafael.

A los altos de la casa de estudiantes de la Vélez Sarsfield llegó con el Dante, amigo del bowling, menor de edad, todo un riesgo albergar a un menor que se había fugado de su hogar; dicen que fue el maltrato, la presión de su padre, que en la memoria lo tenemos como un urso mal gestado detrás de un mostrador de mercería.

Y la entrada de Rafael revolucionó el quieto accionar de los estudiantes. El muchacho, ya treinta añero o por ahí, con su guitarra a cuestas, y su manojo de temas románticos clásicos y de su autoría iba para incursionar en la noche cordobesa, agallas no le faltaban, carisma le sobraba, y ganas que empujaban a propios y extraños. Por eso lo acompañamos por los Café-concert que surgían, lugares o peñas, que, por la temática de las canciones de Rafael no podrían tener entrada, se estaba en el 70, el cordobazo todavía humeaba, la efervescencia juvenil, estudiantil iba por otros carriles.

La llegada de Rafael a la casa generó una apertura hacia la ciudad, hacia la noche cordobesa. ¿Por qué habría acabado con el grupo musical? Había disputas con el padre, con el hermano, una familia de trabajo y de rotación de domicilios, venían de San Luis, no sabemos cuál es el lugar de nacimiento y si acaso el primer hijo nació en Francia, (el Franzuá, Francoise) porque el viejo Falcó era francés, no caben dudas. Tenía en ese entonces el taller mecánico junto en la parte posterior de una de las estaciones de servicios del Empalme, un banco de prueba, una rectificadora, algo de fuste y distinto, no era un taller común, claro está, pero Rafael no era de los fierros, por ahí debe haber surgido el choque, el bohemio frente a la familia de trabajo, quizás esa sea el motivo más plausible para que se apareciera trepando las escaleras de mármol de la casa y con su guitarra nos empalagara con su voz potente y dulce, y sus melosos temas, algunos del rock nacional que se iniciaba, de conjuntos internacionales, alguno de factura propia: el Rock de la Cárcel, Popotito ya veremos cuales otros, El rey Lloró, Un Castillo de Muñecas, para recordar.

Ocurrió una de esas noches de retorno de Rafael de sus incursiones por bares y peñas en busca de un mango, de audiencia, de reconocimiento. Con su campera de corderoy o gamuza espigada con líneas gruesas y su guitarra enfundada subió las escaleras de la casa y habrá dicho lo ocurrido, el desplante que le habían hecho sobre las características de las letras de su repertorio, habrá caído a una de las tantas peñas estudiantiles con el fervor del Cordobazo y lo habrán rechiflado, le habrán dicho que se fuera con esa música a otra parte, que por ahí no iba la cosa, que buscara otra temática, que eso ya no iba.

 

Entonces nos pidió ayuda para escribir canciones con otro contenido, digamos, con tono adecuado a la revuelta estudiantil y popular y fue esa noche misma, con la participación de Miguelito, del Chupete, de Juancito y la mía que se escribió un texto adecuado al momento. Lo veo a Rafael encontrándole la melodía, infectado de las canciones que se cantaban a pura garganta y fue saliendo esa canción petardista que en las noches siguientes la llevó con éxito y su retorno era de gloria. El tema metía los hechos de La Calera, la lucha de los pueblos, la revolución, sin metáforas, texto puro de barricada acorde a los tiempos. Algo así:

Un hombre/comenzó la lucha

otros, otros lo siguen

no saben por qué

pero buscan algo que aún no ven.

La lucha/ ha comenzado

lucharemos por la causa

la rebelión manda

la revolución avanza.

La lucha/ ha comenzado

eran mil/ hoy no sabemos cuántos

mientras/ Calera enseña… (alusión al copamiento de una organización de un destacamento militar en la Calera).

Un texto picante que no se ahorraba conceptos para congraciarse con ese público peñero. Pasó de rompe y raja a un repertorio acorde a los tiempos. Por supuesto que no fue con eso que se ganó la simpatía, era natural, entrador, querible, cachafaz, las mujeres se volvían locas, y hasta los homosexuales lo buscaron, lo encontraron, le dieron cobijo y la pasó muy bien durante meses mientras el resto deambulábamos entre estudios, búsquedas, reuniones estudiantiles, salida a la calle, todavía en la inocencia reciente de los veinte años.

Ese tiempo pasó y un 2 de septiembre de 1970 emprenderíamos con Rafael una marcha hacia Brasil previo paso por Buenos Aires, Mar del Plata, Rosario, Corrientes, Posadas hasta ahí nos acompañamos con incorporaciones y defecciones, y ahí quedó Rafael, atrapado por el influjo de un español que puso a su servicio vehículo y trabajo, una perspectiva económica formidable, el español encantado con la compañía de Rafael, su música, su atracción femenina, su capacidad histriónica, que le faltaba a este hombrecito raro, representante de una gran editorial que repartía biblias y materiales religiosos en los conventos y congregaciones de la provincia; haciéndola corta, resultó un estafador internacional que huyó y lo dejó a Rafael en el hotel con deudas. Rafael pudo zafar, continuó su vida con todo lo positivo de él agregándole la reproducción de cuadros famosos a los que les estampaba su firma: Rafael, y los vendía en los barrios humildes; digamos que no se privó de aprender de su maestro el español; tiempo después supimos que había caído en desgracia en Chile y habrán acabado las correrías del gallego.

De retorno de Brasil nos encontramos en Goya; tenía una casa de madera, dibujaba esas reproducciones truchas, lo dejamos ahí. Vino la cárcel, distancia, silencio, la dictadura, el retorno a la democracia y recién por el ochenta y cinco volveríamos a encontrarnos en circunstancias que lo pintaban de cuerpo entero.

Apareció un hijo, eso hizo que visitara Río Cuarto y desde ahí una nueva relación, con el hijo de por medio, seguía con su buen humor, quién no se acordaba de Rafael, el cantante del primer grupo de rock, hubiera tenido un futuro extraordinario si no fuera por su inconstancia, su andar probando de acá y allá, un poco influencia de sus padres y su hermano, una familia emprendedora, sin arraigo en ningún lugar. Cada detalle es una historia.

 

Yo trabajaba en Gibbons, en el pub de moda, como cajero y vaya uno a saber cómo fue que nos comunicamos, en el fondo Río Cuarto es pequeño y fue el reencuentro, había retornado desde aquella época desde el 70 y fue en esa noche que se encontró con la Ana D.C, una de sus tantas novias, o quizás un amor lejano, fue la sorpresa y el descubrimiento de saber que la mujer tenía un hijo de él. No es seguro que lo supiera, es posible que sí, que lo intuía, que le habrían contado y esa fue la razón de su retorno a la ciudad, y yo fui su cicerone, sabiendo que la mujer era asidua concurrente al bar de moda. Ella fue la sorprendida y por supuesto que desde ahí y los días siguientes fueron días de muchísima intensidad, el hijo que se negaba a conocerlo, hubo como un repudio y uno recuerda al final una noche sentados a una mesa en la vereda de la esquina de una pizzería de la zona, y los desplantes del muchacho, apenas dieciséis, por ahí. Rafael retornó a Goya y desde ahí se mantuvo el contacto, telefónico, epistolar, hasta que el muchacho quiso conocer a sus abuelos, o a su abuela y su tío, sus primos, incluso a sus otros hermanos, fruto de otro matrimonio frustrado de Rafael y tiempo después se fue a vivir allá, a trabajar allá, se puso de novio con una chica de Corrientes y vinieron a vivir a Río Cuarto y fue ese tiempo donde el muchacho, ya casado, trabajó con nosotros como vendedor. Martín, no sabemos si adquirió el apellido paterno, o el de su madre o el del padrastro, volvió con su mujer a Goya y desde ahí se convirtieron en vendedores representantes nuestros para Corrientes y Chaco, un período fructífero, que, por razones que dejamos de lado, terminó en estafa, él en ruptura de su matrimonio, la muchacha se juntó con el pibe que recibía los pedidos desde el depósito de la TUS (o TAC) los pedidos desde Goya a Resistencia de los trabajos de serigrafía (bolsas, calcomanías raspaditas, afiches) y queda asentado acá para después darle un orden cronológico, porque hay dudas respecto a los tiempos.

Sabíamos que Rafael se había llevado a sus padres apenas se afincó en Goya, que montaron una empresa de perforaciones, que Francoise se había hecho rico, muy rico, porque el agua faltaba en la zona y el método era revolucionario o avanzado para esas zonas.

 

Lo cierto es que cuando fuimos a Brasil con el R11, los cuatro hijos pequeños, Florencia de apenas un año, pasamos por la casa de Rafael. Queríamos verlo, fue el 17 de febrero de 1997 (a confirmar) y con datos dispersos fuimos a su casa, su negocio, una gomería, vivía solo, esa tarde tocó y cantó al piano, festejamos, salimos a la noche a la plaza de Goya por cervezas y demás, dormimos en su cama; apenas si hablamos de su vida, de su gomería, de sus otros hijos, de sus ex mujeres. A la mañana nos fuimos hacia Posadas. Fue la última vez que nos vimos.

Después llegaban noticias varias, el trabajo de Martín con su tío Francoise, en la perforación de pozos de agua, ya se había roto nuestra relación con Martín, quien no dejó como garantía de pago el reloj que supuestamente pertenecía a su abuelo Falcó que se lo había regalado.

Hasta que un encuentro casual con Ana nos advirtió de la enfermedad de Rafael, de su tozudez a un tratamiento convencional, de su negativa a usar medicinas oficiales o alopáticas, su internación en una zona selvática, en soledad, con curaciones de yuyos. Contó Ana que fue a acompañarlo en sus últimos días, y ella asistió a su muerte. Este episodio algún día tendremos que conversarlo, charlarlo más, completar con datos puntuales toda esta historia de un personaje que más que amigo fue un acompañante desde los setenta, y sobre todo en esa experiencia inolvidable de mochilero que él interrumpió precisamente por sus características de aventurero, buscador, de algún modo en el límite de lo legal.

Esa muerte nos pegó fuerte, aunque todos los detalles en torno a su agonía quedan en el silencio, tal vez ni haga falta saber cómo fueron los hechos en realidad. Nos quedan esas imágenes imborrables de Rafael entrando al casino de Mar del Plata, puesto como corbata un cinto que lo simulaba bien, perdiendo todo el poco dinero que llevábamos y salir riéndose, tomar la guitarra, recorrer lugares, boliches, ofrecer su música y pernoctar en cualquier lugar, total sabíamos que la simpatía y el empuje del Rafael nos daría alimento, y cobijo sin que fuera una hazana. Queda la semblanza, es mucho más lo que se puede hablar, hablar de las anécdotas, de las cosas que de alguna manera nos deslumbraban, aunque luego tomamos cada cual un camino distinto, no necesariamente opuesto.

 

 

 

 

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